Consejos eficaces para vencer la adicción a las compras
“Primero me dijeron que no debía vivir más en crisis sino en Cristo. El asunto me gustó. Sonaba coherente. Después, que era menester vivir como hijo de Dios, es decir, sin asomo de escasez. También me gustó. Y por fe comencé a comprar lo que necesitaba. Incluso adquirí dos créditos: uno para el computador y otro para comprar una motocicleta. Pero siempre compro y compro y no solo estoy alcanzado con las deudas, sino que ya no sé qué hacer. Un hermano en la iglesia llegó a insinuarme que yo estaba pecando. Y, le soy sincero pastor Fernando, no sé qué hacer.”
J.J.A., desde Cochabamba, en Bolivia.
Respuesta:
Cada día llegan cartas con múltiples interrogantes relacionados con los créditos y la imposibilidad de pagarlos. Esa situación genera tres repercusiones: quien vive más allá de lo que puede asumir en cuanto a su economía, se convierte en esclavo del prestamista; enfrenta la angustia que desatan las cada vez más frecuentes facturas de cobro; disminuye su calidad de vida, y además, ofrece un mal testimonio.
Como discípulos de Jesús, debemos vivir en consonancia con nuestra capacidad financiera. Elaborando un presupuesto que consulte, de un lado las necesidades reales, y de otro, ajustado a nuestros ingresos.
No está bien ampararnos en el hecho de que somos “hijos de Dios” para aspirar vivir como ricos sin hacer nada, o al menos, con poco esfuerzo. Sin duda, el Señor nos provee, pero debemos serle fieles y no pretender que teniendo un pie en el mundo y otro en los asuntos espirituales, la abundancia llueva a nuestra derecha e izquierda.
Dependa de la provisión de Dios
Un principio que debemos aprender es la dependencia de Dios para que nos provea (léase Mateo 6:31, 32) y el segundo, la humildad.
El apóstol fue un claro ejemplo de éste estilo de vida austera— cuando las circunstancias lo obligaban— tal como leemos en su carta a los cristianos de Filipos: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11, 12).
Observe que no era la abundancia o la escasez la que generaba un estado de ánimo tranquilo y esperanzado en Pablo, sino la absoluta confianza de que Dios estaba en control de todo y, si Él quien gobierna nuestros planes y proyectos, Él nos dará lo necesario.
Nuestra prioridad, antes que las posesiones materiales, debe ser la búsqueda sincera de nuestro Padre celestial, como lo enseñó Jesucristo: “Más buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
No se trata de una especulación sino de una realidad. En nuestro Supremo Hacedor encontraremos provisión para cuanto podamos requerir.
El crédito es un sistema que ata
En una sociedad como la nuestra en la que no abunda el efectivo y, particularmente en América donde comprar al fiado es común, descubrimos en los créditos y en los préstamos una atadura que enreda progresivamente a muchos cristianos.
Cuando medito en el asunto no puedo menos que recordar al profeta cuando escribe: “Por tanto mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento; y su gloria pereció de hambre, y su multitud se secó de sed” (Isaías 5:13).
Dejamos de lado al Dios proveedor para ir tras nuestras propias capacidades y, justamente la capacidad económica, es lo que muchos no tienen.
El Señor Jesús instruyó a sus seguidores para que tuvieran prudencia, calculando cuidadosamente sus acciones. Él ilustró su enseñanza de la siguiente manera: “Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar; y no pudo acabar?” (Lucas 14:28-30).
¿Acaso no le ha ocurrido que justo cuando estaba endeudado tomó conciencia de que había contratado créditos literalmente “impagables”?
Creo que eso nos ha ocurrido a todos, de ahí que debamos ser muy cuidadosos al momento de recibir ofertas para sacar algún electrodoméstico, vehículo o inmueble bajo el anuncio de que se puede pagar en “módicas cuotas mensuales”.
Vencer la adicción a las compras
¿Qué hacer entonces cuando sentimos la inclinación a comprar algo? La respuesta quizá le suene demasiado extrema: sencillamente no lo compre.
Tómese el tiempo para preguntarse: ¿Realmente necesito esto que me ofrecen como una “promoción”? ¿Mis recursos son suficientes para cubrir las cuotas? ¿No resultaría más conveniente esperar hasta tener el dinero suficiente y comprar de contado ese artículo?
Si tan solo toma unos minutos para reflexionar en el asunto, puedo asegurarle que disminuirá el impacto en sus finanzas.
Pablo mismo recomendó tener dominio sobre nuestros deseos y emociones cuando escribió: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26, 27).
Las cosas no se compran cuando queremos o nos parecieron útiles, sino cuando realmente las necesitamos y, en lo posible, con la plata en la mano, sin hacer uso de la tarjeta de crédito.
Le traslado este consejo porque yo mismo creía que sin las tarjetas de crédito no podía vivir, hasta el día que releyendo los textos bíblicos descubrí que Dios es mi proveedor y que, si necesito algo, basta que se lo pida a Él. Ese día tomé la determinación de saldar las cuentas y regresar las tarjetas, como en efecto hice. Y no las he necesitado para nada.
Cinco consejos útiles
Ante el Síndrome de “nuevos ricos” que experimentan todos aquellos que recién recibieron el salario o quizá comprueban que hay un dinero extra en su desprendible quincenal de pago, lo más aconsejable es asumir un “Plan Equilibrado de Gastos”. ´¿En qué consiste?
El Plan Equilibrado de Gastos gira en torno a tres principios esenciales:
1.- Ahorre dinero, así sea poco, pero ahorre.
2.- Defina cada semana un presupuesto con base en los ingresos que tiene realmente. Si no tiene dinero para cubrir algunos gastos, llene la alacena con lo necesario.
3.- Pague sus deudas a tiempo. Recuerde que revisten la condición de imprescindibles la cancelación de la renta, de los servicios públicos y de la salud.
4.- Invierta sus ahorros. Así sea poco, destínelo a algo específico. En caso de que no tenga mayores ideas sobre en qué invertirlo, abra una cuenta de ahorro. Será como su alcancía.
Otras recomendaciones que acompañan estas determinaciones, son: lleve en el bolsillo solamente lo necesario. Recuerde que, el día que cargamos un poco más, tendemos a malgastarlo al terminar la jornada. Cada semana guarde aparte un porcentaje de sus ganancias. Ese dinero debe ahorrarlo. Por último, reduzca al máximo las compras.
Recuerde siempre que es un mal negocio “vivir como queremos” y no con lo que realmente “tenemos disponible”. Tampoco pida prestado para destinarlo a diversiones. Pronto no tendrá un peso en el bolsillo pero estará más endeudado. Y por último, no compre sin antes comparar precios en los productos. Tómese el tiempo suficiente para aplicar las tres B a toda compra que haga: Bueno, Bonito y Barato.
Sin duda, con ayuda del Señor Jesucristo, podrá vencer la compulsión a comprar sin medir las consecuencias.
Publicado en: Consejería Familiar
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