Convierta los fracasos en factores de éxito
(Lección 4)
La decisión de abrir una obra evangelística en un barrio de invasión en la periferia de la ciudad, le pareció excelente, terminó su período de oración y agradeció a Dios por revelarle qué hacer.
Compartió la idea con su esposa. “No me parece que Dios te esté llamando a plantar una nueva iglesia ahora. Deberías esperar.”, le dijo ella. Él persistió.
Por espacio de diez meses, los domingos, iba al lugar. Predicaba en una tarima improvisada y llamaba a hacer decisión de fe. Nada ocurrió, salvo una que otra persona que recibía los trataditos y decía haber recibido a Cristo.
Un año después, mientras viajaba en un autobús, recibió el saludo amable de un joven. No lo recordaba. “Yo recibí a Cristo en una de sus predicaciones”, le dijo. Y le instó a regresar a la zona. “Yo reuniré a varios familiares”, le animó.
Ese fue el comienzo de una congregación. Aunque creyó haber fracasado en el intento, el Señor le mostró cinco elementos muy valiosos: El primero, que Dios tiene Su propio tiempo para obrar, que generalmente es distinto del nuestro; segundo, que Dios utiliza personas y circunstancias que jamás imaginamos para cumplir Su propósito eterno en nosotros; tercero, que aun cuando creemos estar fracasados, si nos movemos en el tiempo de Él, tales fracasos los convierte en bendiciones (Cp. Romanos 8:28); cuarto, que Dios no se equivoca ni improvisa y si dependemos de Él nos guía por el camino correcto y, por último, que de cada aparente fracaso siempre podemos aprender algo nuevo.
Si servimos a Dios, lo peor que puede ocurrirnos es darnos fácilmente por vencidos. El autor y conferencista internacional, Jhon Maxwell, señala en uno de sus libros: “Un hombre debe ser suficientemente grande para admitir sus errores, los suficiente inteligente para sacar provecho de ellas y lo suficiente fuerte para corregirlos.”
Lo aconsejable, si sentimos que hemos fracasado en una de las acciones que desarrollamos en la extensión del Reino de Dios, es hacer un alto en el camino. Evaluemos si obramos movidos por las emociones o guiados por el Señor. En caso de comprobar que estamos en la voluntad de Dios, preguntémonos: ¿Para qué ocurrió esto? Quizá la situación que vivimos forma parte del trato del Padre para nuestra vida o con el propósito de enseñarnos algo.
Del fracaso a la victoria: levantarse y avanzar
Si bien es cierto estamos llamados a intentar una y otra vez avanzar en un proyecto— una vez tenemos claro que está en el Plan de Dios— orientamos a nuestros colaboradores en esa misma dirección.
Si se desaniman, los animamos; si caen, los levantamos. Los guiamos a dirigirse a la meta común en la que trabajamos. Ellos darán pasos firmes en la medida en que lo vean a usted comprometido, pero además, si ven a través de su ejemplo que se levanta una y otra vez, cuanto sea necesario.
Esta actitud va de la mano con la libertad que se les debe conceder para que evalúen si han fallado y puedan tomar decisiones.
Los discípulos del primer siglo son un ejemplo. Enfrentaron múltiples dificultades. Los tropiezos y oposición podrían apreciarse como fracasos. No obstante cada nueva circunstancia adversa, les permitió crecer. Y Dios, que acompañaba su camino, les enseñó algo nuevo a través de cada etapa. Esa vivencia los llevó a experimentar crecimiento. Un proceso transformador que los llevó a traer cambios profundos en la sociedad de su época, en cada ciudad a la que llegaban.
Le invito a considerar el relato que hace Lucas respecto a Pablo y Silas en uno de sus viajes misioneros:
“Más tarde, Pablo y Silas pasaron por las ciudades de Anfípolis y Apolonia y llegaron a Tesalónica donde había una sinagoga judía. Como era su costumbre, Pablo fue al servicio de la sinagoga y, durante tres días de descanso seguidos, usó las Escrituras para razonar con la gente. Explicó las profecías y demostró que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de los muertos. Decía: «Este Jesús, de quien les hablo, es el Mesías». Algunos judíos que escuchaban fueron persuadidos y se unieron a Pablo y Silas, junto con muchos hombres griegos temerosos de Dios y un gran número de mujeres prominentes. Entonces ciertos judíos tuvieron envidia y reunieron a unos alborotadores de la plaza del mercado para que formaran una turba e iniciaran un disturbio. Atacaron la casa de Jasón en busca de Pablo y Silas a fin de sacarlos a rastras y entregarlos a la multitud. Como no los encontraron allí, en su lugar sacaron arrastrando a Jasón y a algunos de los otros creyentes y los llevaron al concejo de la ciudad. «Pablo y Silas han causado problemas por todo el mundo — gritaban— , y ahora están aquí perturbando también nuestra ciudad. Y Jasón los ha recibido en su casa. Todos ellos son culpables de traición contra el César porque profesan lealtad a otro rey, llamado Jesús».” (Hechos 17:1-7. NTV)
Ni Pablo ni Silas y tampoco los apóstoles del momento, encontraron en los obstáculos motivo para renunciar. Tenían la firme convicción de que, si estaban en el propósito de Dios, debían seguir adelante.
Esa es la motivación que debe asistirnos en todo momento. Avanzar. No menguar. Redoblar esfuerzos tomados de la mano, y dar nuevos pasos. Y si, en nuestra condición de pastores, obreros o líderes tenemos colaboradores, debemos animarlos en la misma mentalidad.
Tenga presente que toda persona tiene la capacidad de convertir un fracaso en un factor de victoria, en un nuevo peldaño hacia el éxito.
El autor y conferencista, Myron D. Rush, anota que: “El fracaso puede ser uno de los mejores maestros de la vida, si a las personas se les da la oportunidad de corregir sus fracasos y tener éxito. Por el contrario, si el dirigente no orienta bien a sus colaboradores cuando llega el fracaso, puede destruir su propia imagen, la motivación y la productividad. El fracaso puede transformar un individuo valiente y precavido en un individuo temeroso y derrotado. Puede ser lo contrario si cuenta con una debida orientación.” (Myron D. Rush. “Un enfoque bíblico de la administración”. Editorial Unilit. 1989. EE.UU. Pg. 39)
La decisión de quedarnos sumidos en el fracaso o, por el contrario, elevarnos a nuevos niveles, es nada más que nuestra. Y de acuerdo con nuestra mentalidad frente a los hechos adversos, terminamos formando a quienes nos acompañan.
No temerle al fracaso
El fracaso es inherente a todo intento o actividad que trae cambios. Y no podemos temer que toque a nuestra puerta. Si lo permitimos, asfixiará nuestra creatividad y poder de innovación. Tenga presente que sin errores no hay progreso. ¿La razón? Es a partir de errores que avanzamos porque descubrimos qué es lo que no debemos hacer ya que conocemos sus consecuencias. Quienes llegan lejos arriesgaron algo.
Ahora, ¿qué ocurre con un miembro del equipo que comete un error y se estanca? En primer lugar no criticarlos sino, por el contrario, animarlos a levantarse y reemprender el camino. Recuerde que si contamos con un equipo de trabajo, usted y yo debemos asumir un porcentaje del riesgo y aún del fracaso.
Reconozca la iniciativa y perseverancia de los demás
Si hemos aprendido en la práctica que los fracasos pueden convertirse en factores hacia el éxito, en esa línea de pensamiento debemos reconocer la iniciativa y perseverancia de quienes nos acompañan en el equipo.
¿Acaso sólo son valiosos para que hagan algo y luego exaltamos nuestro ego diciendo que es el fruto de nuestro esfuerzo? Tal vez le parezca grave, pero es real. Ocurre con muchos líderes que opacan a los demás para mostrarse ellos.
Ahora vamos de nuevo a un ejemplo bíblico sobre alguien que reconoció la iniciativa y perseverancia de sus inmediatos colaboradores.
¿Recuerda usted la parábola de los tres siervos? Puede leerla en Mateo 25. Refiere la historia de un hombre que ante la inminencia de un viaje, le entregó a tres de sus servidores cierta cantidad de dinero a cada uno. La idea era que hicieran algo con esa suma.
Leemos que el evangelio de Mateo que el dueño de la propiedad reconoció el esfuerzo de quienes fueron diligentes: “El amo lo llenó de elogios. “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades. ¡Ven a celebrar conmigo!”. »Se presentó el siervo que había recibido las dos bolsas de plata y dijo: “Amo, usted me dio dos bolsas de plata para invertir, y he ganado dos más”. »El amo dijo: “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades. ¡Ven a celebrar conmigo!.” (Mateo 25:21-23. NTV)
Animar y reconocer los esfuerzos del equipo de colaboradores les llevará a un mayor esfuerzo, en la búsqueda de metas comunes, y a desarrollar sus potencialidades. Tenga presente que ellos pueden llegar a ser mejores que usted.
Preguntas para evaluar la comprensión y aplicación de la Lección de hoy:
a.- ¿Qué debemos enseñar los líderes a los colaboradores en cuanto a la perseverancia?
b.- ¿Por qué razón los fracasos pueden ser factores de éxito?
c.- ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a los fracasos?
d.- ¿Qué ocurre si permitimos que los fracasos gobiernen nuestras acciones?
e.- ¿Qué nos enseña la vida y ministerio de Pablo y Silas (Hechos 17:1-7)? ¿Se dejaban derrotar?
f.- ¿Qué puede aprender y aplicar en su liderazgo a pastor del texto de Mateo 25:21-23?
Publicado en: Escuela Bíblica Ministerial
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