¿En qué momento la sangre de Cristo dejó de ser importante en su vida?
Quizá usted sea una de las miles de personas en todo el mundo para quienes la sangre de Cristo no tiene mucha relevancia. Saben que su sacrificio en la cruz fue importante, pero no han reflexionado en lo que significa. La ven como un asunto distante en sus vidas como cristianos.
Otros creyentes prefieren evitar el tema. No lo entienden o pretenden no entenderlo. Les resulta más fácil abordar aspectos como la prosperidad económica, las bendiciones inmerecidas e innumerables líneas de pensamiento en el inmenso abanico de posibilidades que encuentran en las iglesias.
Sin embargo, la sangre de Jesús vertida en la cruz por nosotros, sigue tan vigente como en el siglo primero cuando el apóstol Pedro escribió:
“Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.” (1 Pedro 1:17-21)
La sangre de Cristo tiene poder y ejerce una poderosa influencia hoy sobre todo aquél que profesa fe en la salvación. No podemos ni minimizarla ni desconocerla. Es tanto como desestimar la obra de amor que hizo Dios por toda la humanidad.
Cabe preguntarnos, entonces: ¿En qué momento la sangre de Cristo dejó de ser importante en su vida? ¿Por qué llegamos a ese grado de indolencia frente a algo tan maravilloso para nuestra existencia?
¿Qué hizo Dios por nosotros?
Cuando miramos las Escrituras con detenimiento, descubrimos qué hizo Dios por nosotros en la cruz:- Fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir.
- Se rompió la herencia de pecado que recibimos de nuestros padres.
- Fuimos rescatados por la “sangre preciosa” de Cristo.
- Dios cumplió en nosotros el propósito de redención trazado desde la fundación del mundo.
- Nos afianza en la fe y en la esperanza de la eternidad para nuestras vidas.
El pecado acarrea muerte
Para analizar este aspecto, partamos de una premisa: Dios odia el pecado. Y el pecador lleva sobre sus hombros una enorme responsabilidad.
El pecado nos engaña, trae decepción a nuestra vida, nos inhabilita para recibir las bendiciones de Dios, abre puertas al mundo de las tinieblas y, de hecho, produce enfermedad.
Al respecto las Escrituras nos muestran la apreciación que tiene Dios:
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá.” (Ezequiel 18:4)
Y también leemos que pecar desencadena consecuencias:
“Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23).
No quiero generarle temores innecesarios. Simplemente le planteo una realidad fundamentada en la Biblia: pecar acarrea muerte espiritual y física, y en la eternidad, asegura condenación.
El panorama es distinto para quienes reconocen qué produjo la sangre de Cristo en sus vidas.
¿Qué hizo la sangre de Jesús en la cruz?
El pecado del hombre (Génesis 3:21) contaminó generaciones enteras. Fue una herencia de padres a hijos. Un ciclo que parecía no terminar.
Luego, en el libro de Levítico se registra que Dios enseñó a los israelitas que la sangre es la que da vida al cuerpo, y que debían derramar esa sangre en el altar como expiación por sus pecados (Levítico 17:11). Sin sangre no había perdón.
El pastor Charles Stanley explica que:“Los miles de sacrificios que se ofrecieron a lo largo de la historia del pueblo judío apuntaron a un sacrificio final, al del Cordero de Dios, Jesucristo, cuya sangre sería derramada por el perdón de todos los pecados. Cristo vino a este mundo a morir. Y, mientras celebraba la última cena con sus discípulos, les anunció que su sangre sería derramada para traer salvación. Hasta este día, nos reunimos para celebrar la Cena del Señor y recordar su sangre derramada por nosotros.”La sangre del amado Maestro hizo lo siguiente:
- Nos redimió.
- Nos reconcilió con el Padre.
- Nos hizo juntos (Romanos 5:8, 9)
- Nos santificó.
Aunque la naturaleza pecaminosa ya no tiene el poder para dominarnos, hay ocasiones en las que caemos en desobediencia y necesitamos ser purificados. Eso forma parte de nuestra santificación diaria.
El amor de Dios no tiene límites
Somos desobedientes. Es una característica que nos asiste. A unos les resulta reconocerlo que a otros. No obstante lo anterior, el amor de Dios no tiene límites.
La Palabra dice:
“Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8, 9).
Cuando sentimos que estamos al borde de fallar, debemos pedirle al Señor Jesús la fortaleza. Y si hemos pecado, ir al Padre confiamos. ¿La razón? Nos acogemos a lo que enseña la Escritura:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1: 8, 9)
No hay nada que temer cuando nos rendimos a la sangre de Cristo, reconocemos la obra que hizo por nosotros en la cruz, y decidimos caminar prendidos de Su mano poderosa. Él nos asegura la victoria.
Si aún no ha recibido a Jesucristo como su Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Él imprimirá una nueva dinámica a su vida. Lo llevará a experimentar crecimiento personal, espiritual y familiar. Ábrale hoy las puertas de su corazón.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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