¿Es posible tener éxito en el crecimiento personal y espiritual?
Golpeó con fuerza sobre el escritorio. El viejo reloj de cuerda, se movió de un lado a otro y finalmente no se resistió a las leyes de la física: rodó hasta el piso. Su rostro revelaba esa sensación de fracaso que le acompañaba desde primeras horas de la mañana, cuando peleó con su esposa.
La discusión comenzó con algo trivial. Un comentario de ella sobre su olvido recurrente de pagar las facturas de los servicios básicos. “Toma tiempo para cancelar esos recibos, Raúl; de lo contrario, quedaremos sin energía y agua”, comentó. Esas pocas palabras desencadenaron la tormenta.
Y en cuestión de segundos, su propósito de cambiar y ser un buen cristiano, cayó por el suelo. Le asaltó su vieja naturaleza y gritó a la esposa. Le dijo cuanto se le vino a la cabeza, Y, como broche de oro, cerró la puerta con fuerza, tanta que temió que los goznes hubiesen cedido.
“¿Por qué no puedo lograrlo?”, se repetía una y otra vez con desespero, en medio de su amplia oficina del centro de la ciudad.
¿Le suena familiar? ¿Cuántas veces, guardando las proporciones, no ha atravesado por la misma situación? Y la pregunta, apenas natural: ¿Acaso es imposible experimentar cambio y crecimiento personal y espiritual?
Sí, es posible vencer
Con frecuencia me escriben personas que experimentan frustración por el irremediable fracaso en el que terminan sus esfuerzos por cambiar y crecer en las dimensiones física y espiritual.
Rosaura era una de ellas. Joven, emprendedora, madre de dos niños y enamorada de su esposo, Robert. “Aun cuando lo he intentado una y mil veces, parece que mis esfuerzos por cambiar terminan en fracaso”, decía con frecuencia, validando que no tenía sentido seguir adelante en su vida cristiana.
Continuó librando la batalla por mucho tiempo. Es cierto, iba al servicio dominical regularmente, oraba y leía la Biblia cada día. Sin embargo, a la menor provocación, emergía su naturaleza carnal. “No lo puedo controlar”, repetía con frecuencia.
Probablemente conoce muchas personas como ellas: sencillas, honestas y comprometidas con su espiritualidad; no obstante, no avanzan mucho en el proceso. Dan dos pasos y retroceden uno.
¿En dónde radica el problema? En nuestra actitud. Nos gobierna todavía la autosuficiencia que nos lleva a pensar que podemos lograrlo todo en nuestra capacidad, y dejamos de lado a Dios. La solución radica en depender de las fuerzas de nuestro amoroso Padre celestial y no de las nuestras.
El apóstol Pablo era consciente de la batalla que libraban los primeros cristianos con su naturaleza humana. Amaban a Dios pero con frecuencia los gobernaba su inclinación al pecado. Fallaban en sus intentos y los invadía la frustración. Por ese motivo les escribió: “Por lo tanto, amados hermanos, no están obligados a hacer lo que su naturaleza pecaminosa les incita a hacer; pues, si viven obedeciéndola, morirán; pero si mediante el poder del Espíritu hacen morir hacen morir las acciones de la naturaleza pecaminosa, vivirán. Pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.” (Romanos 8:12-14. Nueva Traducción Viviente)
Es cierto, nuestra humanidad nos tienta a ceder al pecado. No es algo nuevo, siempre ha sido así. Y le tengo noticias: probablemente seguirá siendo tentado a moverse en la dimensión de la carnalidad. Pese a ello, Pablo dice que podemos tomar la decisión de vencer sobre la proclividad a pecar. ¡La decisión es suya y Dios quiere ayudarle a triunfar en esa batalla! ¿Cómo es posible? Mediante la fuerza que proviene del Espíritu santo que mora en nosotros. No estamos solos: el Señor quiere fortalecernos para que avancemos con pasos firmes hacia el cambio y crecimiento personal y espiritual. La primera determinación, entonces, es depender de Dios.
Decisión y perseverancia
Una vez tomamos conciencia que batallamos con nuestra naturaleza carnal, inclinada al pecado, asumimos un segundo fundamento: decidirnos a vencer sobre las inclinaciones a la maldad. Nadie llega jamás a la cima de una montaña si primero no se decide.
Los creyentes de Colosas recibieron esta importante instrucción que aplica también a nosotros hoy: “Así que hagan morir las cosas pecaminosas y terrenales que acechan dentro de ustedes. No tengan nada que ver con la inmoralidad sexual, la impureza, las bajas pasiones y los malos deseos. No sean avaros, pues la persona avara es idólatra porque adora las cosas de este mundo. A causa de esos pecados, viene la furia de Dios. Ustedes solían hacer esas cosas cuando su vida aún formaba parte de este mundo…” (Colosenses 3:5-7. Nueva Traducción Viviente)
Claro que podemos vencer en el poder de Dios. Es el cimiento para cambiar pero también, para crecer hacia nuevos niveles en nuestra vida espiritual y personal. ¿Atacará de nuevo la tentación? Por supuesto que sí, pero es allí donde entra a jugar un papel importante la perseverancia. Es la capacidad que desarrollamos para avanzar por encima de las circunstancias. Si por alguna razón caemos, nos volvemos a levantar, prendidos de la mano del Señor Jesús, nuestro amado Salvador.
Es cierto que alrededor nuestro se producirán presiones. La sociedad nos bombardea con anti valores, que de tanto repetirse, han sido legitimados por la humanidad a pesar del enorme daño que causan. Legisladores validan las relaciones y matrimonios entre homosexuales; es relativamente normal la fornicación, el adulterio y los divorcios. La trampa y el engaño, la traición y el crimen están a la orden del día.
Pese a ello, ustedes y yo estamos llamados a ir contra la corriente. Una cosa es la que diga la sociedad y otra, bien diferente, lo que hagamos usted y yo. No importa que se burlen o nos critiquen, vamos a seguir adelante. Si lo permitimos, Dios nos ayudará en el proceso: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiar la manera de pensar…” (Romanos 12:2. Nueva Traducción Viviente) Es real; si pensamos diferente, obraremos diferente. Eso es lo que Dios quiere.
Decididos a vencer
Dios nos concibió con la capacidad de vencer. La naturaleza carnal no puede dominarnos, por humanos que seamos sujetos a debilidades; usted y yo fuimos llamados a triunfar. ¡La victoria es nuestra!
Jamás olvide que es un proceso y usted y yo estamos llamados a vencer. Si dependemos de Dios, no hay obstáculo que permanezca firme. Si hay determinación en nuestro corazón, someteremos la carne. La venceremos y no ella a nosotros, como describe el apóstol Pablo: “Por eso yo corro cada paso con propósito. No solo doy golpes al aire. Disciplino mi cuerpo como lo hace un atleta, lo entreno para que haga lo que debe hacer. De lo contrario, temo que, después de predicarles a otros, yo mismo quede descalificado.” (1 Corintios 9:26, 27. Nueva Traducción Viviente)
No olvide jamás que somos vencedores. Dios nos creó para vencer, no para doblegarnos ante la derrota. Y si Dios está con nosotros, nada— absolutamente nada— nos podrá llevar al fracaso como ocurría antes cuando Cristo no moraba en nuestro corazón.
En adelante, cuando piense que su propósito de cambiar y crecer en la vida personal y espiritual terminará en fracaso, recuerde que no está luchando en sus propias fuerzas sino en las de Dios, Y está destinado a vencer…
¿Recibió a Cristo en su corazón?
La mejor decisión que toda persona puede tomar, es rendirse a Cristo, Abrirle las puertas de su corazón. Es sencillo, basta que le diga en oración allí donde se encuentra; “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado y que hasta hoy, mi vida ha sido un fracaso porque la mente del viejo hombre me dominaba. Gracias por morir por mis pecados en la cruz y abrirme las puertas a una existencia renovada. Te recibo en mi corazón como único y suficiente Salvador. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
Puedo asegurarle que su vida jamás será la misma. Aceptar a Cristo es la mejor decisión. Ahora tengo tres recomendaciones para usted: la primera, que ore diariamente. Orar es hablar con Dios. La segunda, que lea la Biblia. Es un libro maravilloso en el que aprenderá principios para el crecimiento y la transformación personal y espiritual, y por último: comience a congregarse en una Iglesia cristiana. Otras personas que comparten su fe en Jesucristo, le ayudarán en el proceso de cambio.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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