Evangelizar no es una recomendación… ¡Es una obligación!
(Conclusión)
Lo único que recordaba eran los enormes campos sembrados de trigo, de algodón y, en algunas épocas del año, con tabaco. En las mañanas lucían como un cultivo normal. Lo hermoso del panorama que ofrecían era en las tardes, cuando las plantaciones bañadas por el sol moribundo resplandecían como una enorme cinta de oro y otras de plata, que se extendían a uno y otro lado.
Nadie podrá describir jamás la emoción que aquellas imágenes le despertaban.
Su mayor tristeza, no haber podido aprender a leer y a escribir. Sus padres jamás pusieron cuidado en el asunto. Lo primordial, en criterio de su madre, era que asimilara las viejas técnicas domésticas de cocinar. Por eso sólo aprendido a contar hasta diez: ese el número de los platos en los que se servía a los integrantes de su familia. Aún así, era feliz.
Sara Fabiola Bertiz, quien no ocultaba su origen campesino aún cuando tuviera apellido francés y no pudiera explicar de dónde provenía, se convirtió en ejemplo vivo para los cristianos de Santa Cruz, en Bolivia. Ella iba por las calles, generalmente los domingos en la tarde, pidiéndole a las personas que le ayudaran a leer un texto de su Biblia, que se iba deshaciendo con el paso de los años.
¿Quién se negaría a un favor así como una anciana tan bondadosa como ella? Cuando terminaban la lectura, procedía a preguntarles: “¿Entendió lo que dice el pasaje? Allí habla de la forma como Jesucristo murió por su pecados, para darle una nueva vida”. A partir de unas cuantas frases, hilaba toda una predicación. ¡Y Sara Fabiola jamás aprendió a leer!
Evangelizar: una característica del cristiano
No hay excusa para no hablarles a otros de Jesucristo. Él mismo fue quien instruyó a sus seguidores. Les dijo y también a nosotros hoy: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. (Mar. 16: 15). No es una orden a la que podamos decir “No” o quizá: “Otro día lo haré”. Es imperativa. No hay forma de eludirla. Quien ama al Señor Jesús le habla a los demás de su evangelio que libera, transforma y edifica.
Es probable que ahora mismo, en tanto usted se encuentra en la comodidad de una congregación cristiana, muchas personas estén pasando a la eternidad sin Cristo. ¡Y usted pudo haber marcado la diferencia en sus existencias!
El apóstol Pablo, golpeado por el paso de los años, dolencias físicas y en criterio de los especialistas, afectado por la disminución en su capacidad visual, escribió a los cristianos del primer siglo una advertencia que cobra particular vigencia en nuestros días:
“No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, porque <<todo el que invoque el nombre del Señor será salvo>>. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? Así está escrito: <<¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas>>” (Romanos 10:12-15. Nueva Versión Internacional).
Impacta la actitud de Pablo: perseveraba en predicar el evangelio aún cuando su vida experimentaba peligro, como ocurrió cuando al visitar la ciudad de Listra— en donde obraron por el poder de Dios un milagro en la vida de un hombre lisiado de nacimiento (Hechos 14:8-10), fue víctima de un apedreamiento. ¿La razón? “...llegaron de Antioquia y de Iconio unos judíos que hicieron cambiar de parecer a la multitud. Apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, creyendo que estaba muerto. Pero cuando lo rodearon los discípulos, él se levantó y volvió a entrar en la ciudad” (Hechos 14:19, 20 a. Nueva Versión Internacional).
Toda criatura es importante para Dios. Aún el que todos consideran perdido en las banalidades y el pecado. ¡Jesús también murió por ellos! No hay razón entonces para que consideremos irrelevante nuestra misión de predicar y permanezcamos contentos porque ya somos salvos.
¡Esa sería una actitud egoísta que desconocería el triste final de quienes mueren sin Cristo en sus corazones!
¡Su vida también evangeliza!
Conocí la historia de alguien en California, Estados Unidos, que echaba al mar botellas vacías de vino al mar. ¡El único contenido era un mensaje evangelistico! Y aunque muchos se burlaban del “pastor botellas”, no podían negar que muchas personas reportaron, en diferentes lugares del mundo, haber recibido esas enseñanzas que viajaron por las aguas turbulentas.
Es probable que me diga: “No tengo capacidad de predicar”. Se equivoca. Usted puede hacerlo. Basta que disponga su corazón. Si lo hace, un segundo paso es depender del Señor Jesucristo para que le permita testimoniar con su vida cristiana. Él puede obrar a través suyo para que los demás conozcan el impacto que genera el evangelio en nuestra generación.
El apóstol Pablo también escribió: “Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Así que la muerte actúa en nosotros, y en ustedes la vida.” (2 Corintios 4:8-12. Nueva Versión Internacional).
El testimonio de vida cristiana es fundamental, así como el convencimiento de que no podemos dejar pasar ocasión para hablarle a quienes nos rodean de la Salvación que hay en Cristo Jesús. El Pablo lo explicó así a su joven y fiel discípulo Timoteo: “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino y que juzgará a los vivos y a los muertos, te doy este solemne encargo: Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar.” (2 Timoteo 4:1,2. Nueva Versión Internacional).
Una pregunta para terminar: ¿Ha asumido su compromiso de predicar el evangelio transformador de Jesucristo? ¿Cuál es su excusa para no hacerlo?
Publicado en: Escuela Bíblica Ministerial
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