Imprima una nueva dinámica a su vida familiar
Dalia no se habla con su padre, Alberto. No es que tengan problemas.En absoluto. El asunto es que él sale bien temprano hacia el trabajo y la chica sale tarde de la universidad, y con todo y el asunto del traslado, llega pasadas las once de la noche a casa.
Dalia y Rosmery, su madre, se llevan bien. No obstante, la queja de los tres en común, es el fraccionamiento en las relaciones como consecuencia del poco tiempo que tienen para hablar, compartir sus impresiones e incluso, expresarse afecto mutuo.
Como ellos, infinidad de familias enfrentan diariamente el distanciamiento con los hijos que puede, a largo plazo, producir malas relaciones interpersonales. Incluso, se puede reflejar en expresiones de rebeldía, desobediencia y hasta heridas emocionales en la vida de adolescentes y jóvenes.
¿Hay oportunidad de resolver este problemas? Sin duda que sí. Las Escrituras nos guían sobre pautas sencillas que ayudarán a fortalecer la relación de padres e hijos. También en la fuente divina, hallaremos orientación sobre la importancia de acompañarles en su proceso de crecimiento y en la definición de normas al interior del hogar.
Pase tiempo con la familia
Nadie más que nosotros, en nuestra condición de padres, definimos la importancia de pasar tiempo con los hijos. No son ellos quienes pueden incluir esos espacios en nuestra agenda. En ese orden de ideas, su decisión y la mía son muy importantes.
“Si tan solo viera más a menudo a mi padre, todo sería distinto”, reconoció un joven que — ante la falta de amor y comprensión — se refugiaba en sus amistades, la mayoría de las cuales bebían cerveza y consumían drogas. Al término de una conferencia, me dijo, estaba decidido a salir de su laberinto con el concurso de su progenitor a quien amaba.
La clave está en aprovechar al máximo las oportunidades que nos brinda la cotidianidad para mantener un buen contacto con los componentes del hogar. Es oro en polvo. Compartir al menos unos minutos, estrecha los lazos afectivos.
¿En qué momento? En el desayuno, en el almuerzo — aunque esta posibilidad es poco frecuente en ciudades grandes — o en el momento de la cena. Ese contacto, aunque parezca mínimo, nos ayuda no solo a encontrarnos, sino a compartir experiencias de la cotidianidad, a generar intimidad familiar, buscar juntos soluciones a los problemas o simplemente aportar ideas sobre diversos temas. A los adolescentes y jóvenes les gusta que se tengan en cuenta sus opiniones.
Hay un texto Escritural que generalmente se asocia con el interactuar con personas de la congregación, pero que también tiene especial aplicación en la vida familiar. El rey David, escribió: "¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía!” (Salmos 133:1. NVI)
Convivir no es otra cosa que compartir espacios comunes. Y eso es precisamente lo que deben hacer padres e hijos. Vivir aislados no fortalece sino que debilita el hogar, y hay quienes se han acostumbrado a estas relaciones irregulares, en las que lo único que les une es el apellido o el habitar una misma casa.
Un grupo de especialistas publicó en la Revista Selecciones la siguiente apreciación: “Es muy grato ver una familia reunida alrededor de la mesa para cenar, quizá porque esta tradición se está perdiendo...Las investigaciones muestran que los adolescentes que cenan con sus padres y hermanos al menos tres veces por semana, son menos proclives a fumar y consumir drogas, y tienden a sacar buenas calificaciones en los exámenes escolares.” (Revista Selecciones. Edición Especial Familia. Julio 2015. México. Pg. 30)
Otra idea buena es programar una película para el fin de semana e incluso, ir de compras. Tomarse un helado en un centro comercial, sin que resulte muy costoso, puede convertirse en una oportunidad para dialogar con los hijos.
La creatividad debe entrar en acción. Usted tiene la iniciativa. Y podemos asegurarle que usted tiene en sus manos la posibilidad de que la relación al interior de la familia mejore. Como cristianos no podemos permitir que aspectos tan elementales como tomar la cena juntos en familia, se vaya desdibujando en el tiempo. Esas sanas costumbres debemos recobrarlas cuanto antes, con ayuda de Dios.
Deje que sus hijos vivan la experiencia de crecer
Silvya creció dependiente enteramente de sus padres. Hasta en lo más mínimo. Si iba al cine, llamaba a su padre o a su madre para preguntarles qué película ver. No podía decidirse por algo tan elemental como el color de un vestido. Fue algo al que la acostumbraron desde su más tierna infancia.
Lo grave es que, incluso, cuando se iba a casar, le pidió a su madre que le ayudara a decidir si daba o no ese paso trascendental para su existencia.
¿Le parece extraño? Pues bájese de esa nube porque así como sin número de jóvenes se apartan de sus progenitores, también muchos dependen de ellos hasta para la toma de decisiones mínimas, elementales.
En los tiempos que pasamos con nuestros hijos, debemos afianzarles su auto-estima. Animarlos a avanzar, a tener la certeza de que se pueden dar pasos hacia la victoria aun cuando no estemos con ellos. Lo esencial es que se dejen guiar por Dios.
El rey Salomón escribió hace treinta siglos: "El padre del justo experimenta gran regocijo; quien tiene un hijo sabio se solaza en él.” (Proverbios 23:24 | NVI)
¿Cómo llegan nuestros hijos a ser justos y producirnos regocijo? Cuando los afirmamos en principios y valores. Cuando tomamos la decisión de dejarlos crecer, sin temor porque sabemos a lo largo de su niñez y adolescencia les instruimos en principios bíblicos prácticos que los acompañarán toda la vida.
Al referirse al proceso de formación de los hijos, la Revista Selecciones, cita lo siguiente: “No hay duda de que sus hijos tomarán decisiones equivocadas de vez en cuando, pero permítales encontrar soluciones a los problemas por su cuenta. ¿No te habría gustado que tus padres hicieran lo mismo contigo?” (Revista Selecciones. Edición Especial Familia. Julio 2015. México. Pg. 32)
Una vez comienzan a crecer, los chicos escogen a sus amistades. Lo ideal es saber con quién andan, pero no preguntarles en todo momento hasta de qué hablaron. Igual, escogerán sus propios vestidos, opción que debemos respetar siempre y cuando sean trajes decorosos. Y además, aceptar el hecho de que en algún momento querrán pasar más tiempo con sus amistades que con nosotros, los progenitores.
Si los hemos afianzado en la Palabra de Dios, las decisiones de nuestros hijos serán acertadas. De ahí que otra de las tareas de suma importancia que debemos asumir es — además de darles tiempo — , formarlos en sanos principios que les ayuden a tener la cimentación sólida que requieren para ser hijos e hijas sólidos.
Se trata de una decisión que no podemos dilatar. Hay que tomarla hoy mismo: Dejar que los hijos experimenten sus propias etapas de crecimiento, acompañándolos en el proceso pero dejándoles decidir. Hay momentos en que deben ser ellos quienes tomen sus propias decisiones. Tenga la certeza de que si formó bien a sus hijos, los pasos que den serán siempre los apropiados y orientados a la victoria con ayuda de Dios.
Aplique reglas en su vida familiar
Imagine por un instante que en una ciudad muy transitada, no hubiesen normas de tráfico. Vamos, haga el intento. ¿Qué imagen le vino a la mente? Sin duda de un caos. Colisiones de autos aquí y allá, y quizá personas accidentadas.
Esta misma realidad es la que aplica a un hogar donde no hay normas. Ni los cónyuges ni los hijos tienen pautas a seguir. Cada uno hace lo que quiere. ¿Sabe en qué terminará todo? En caos, ruina y destrucción.
Un grupo de expertos al escribir una nota para la Revista Selecciones, recomienda: “Los padres deben establecer límites que protejan la salud, la integridad y el bienestar de sus hijos a cualquier edad; entre esos límites se cuentan la hora de llegar a casa, asuntos como el no consumo de alcohol, la pureza sexual o asuntos referentes a los estudios y la carrera.” (Revista Selecciones. Edición Especial Familia. Julio 2015. México. Pg. 32)
Las líneas a seguir deben ser definidas y alrededor de ellas, moverse los hijos. Por supuesto, debemos ser nosotros quienes primero las acojamos y respetemos, para enseñar a partir del ejemplo.
El apóstol Pablo reconoció la importancia de tener normas en el hogar, y de aplicar una sana disciplina. En su carta a los creyentes de Éfeso escribió: "Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor.” (Efesios 6:4 | NVI)
No está mal y por el contrario es aconsejable, que definamos junto con nuestro cónyuge, las reglas que aplicaremos en casa. Por supuesto, por encima del criterio humano, buscaremos la orientación de Dios quien nos concede la sabiduría necesaria para obrar acertadamente.
De hecho el rey Salomón escribió: "Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará.” (Proverbios 22:6 | NVI)
Sobre esos fundamentos es importante que revisemos cómo anda la relación familiar en lo atinente al tiempo que les brindamos, en la forma como estamos guiando a nuestros hijos en el proceso de crecimiento, y por último, en el tipo de pautas y normas que aplicamos en el hogar.
Dios es quien nos concede la sabiduría para guiar a la familia. A propósito ¿mora Cristo en su corazón? Si no es así, hoy es el día para que lo haga. Permita que tome el control de su vida y de su familia. No se arrepentirá de ésta que es la mejor decisión que pueda tomar jamás.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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