La vida cristiana: una apasionante aventura
¿Cómo podríamos definir el concepto de aventura? La aplicación más sencilla y aproximada sería decir que es una empresa que emprendemos, cuyas probabilidades de éxito deben sobreponerse a sinnúmero de obstáculos, pero que una vez se llega a la meta, arroja resultados altamente satisfactorios. ¿Está de acuerdo? Quizá tenga un concepto diferente expresado en otras palabras, pero converge en el resultado final.
Ahora, acompáñeme a leer un pasaje bíblico muy conocido que reviste un alcance enorme a través del cual su vida espiritual puede ser dinamizada.: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierde su vida por causa de mi, la hallará” (Mateo 16:24, 25).
Observe cuidadosamente que el Señor Jesucristo no prometió que por seguirle, todo el mundo nos aceptaría, nos honraría y, de paso, nos facilitaría las cosas. Por el contrario, dejó sentado que ser su discípulo obligaba pagar un precio. Por supuesto, dicho precio muchas veces nos parece muy alto porque nos lleva a renunciar a lo que estamos apegamos, aquello en lo que tenemos cifrada la esperanza. Antes de conocer a Cristo pensábamos que era lo mejor; al conocerlo a Él aprendemos y asumimos que lo espiritual está por encima de todo lo material.
¿Cuál es la razón? Es sencillo. Es muy viable que tengamos reconocimiento social, solidez económica y planes prometedores para el futuro; sin embargo nuestra existencia es un caos. En cambio, cuando entregamos al Señor el control de nuestro presente y futuro, se produce el progresivo crecimiento personal y espiritual que tanto hemos anhelado, y que no tiene precio.
Es necesario fijarnos una meta
¿Ha pensado alguna vez qué hacer con su vida? Tal vez si. No creo que siempre haya volcado su interés únicamente en dar curso al ciclo natural de nacer, crecer, reproducirse y morir, sin que haya ocurrido nada trascendente en su tránsito terrenal.
Ahora, si su devenir cotidiano no tiene un objetivo específico, ¿le gustaría fijarse metas? Sin duda que sí. Al respecto es bueno leer en las Escrituras una enseñanza que compartió el Señor Jesucristo con sus discípulos: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45. 46).
Quien no tiene un propósito claro, pasará por la vida sin pena ni gloria. ¿Es usted uno de ellos?
¿Está dispuesto a pagar el precio?
Alcanzar una vida con propósito implica pagar un precio. El resultado es una existencia renovada y plena. ¿Está usted dispuesto a pagar el precio?
Estamos identificados: el Señor Jesucristo no prometió un camino de rosas a sus seguidores, pero dejó claro que la plenitud se alcanzaría en el presente y la eternidad con Dios sería la consecuencia de tomar una decisión acertada –recibir a Cristo Jesús como el Salvador — y seguir principios bíblicos que pudieran parecer complicados y nada populares, pero que rinden excelentes resultados.
El maestro instó a sus seguidores: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” ( Mateo 7:13, 14).
La determinación que tomamos de seguir al Señor Jesucristo debe ir acompañada de firmeza y radicalidad. No podemos ser fluctuantes: andar con un pie en la mundanalidad y otro en las cosas de Dios. “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62).
Hay un hecho de significación que no podemos pasar por alto: Nadie está obligado a seguir a Cristo.
Tome nota del siguiente suceso que protagonizaron los seguidores del Señor Jesús al escuchar sus enseñanzas: “Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60), y un poco más adelante leemos: “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:66).
¿Se da cuenta? No es algo que deba asumir por imposición, pero puedo decirle algo: Quien no acepta al Señor Jesucristo como su único y suficiente Salvador por su renuencia a pagar el precio, desecha una extraordinaria oportunidad: la de experimentar un cambio en su vida...
¿Ya tomó la mejor decisión?
La mejor decisión de todo ser humano es aceptar a Cristo Jesús como Salvador. Es fácil. Usted incluso puede hacerlo ahora mismo, allí donde se encuentra. Dígale: “Señor Jesucristo te recibo en mi corazón como mi Salvador. Gracias por morir en la cruz por mis pecados y traerme el perdón. Entra a mi vida y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Si hizo esta oración, lo felicito. Ha dado el mejor paso que puede dar todo ser humano. Ahora comparto con usted tres sugerencias: la primera, que haga de la oración una práctica diaria. Es el medio a través del cual usted podrá comunicarse con Dios. La segunda, que lea diariamente Su Palabra: la Biblia. Allí aprenderá principios que ayudarán en su crecimiento personal y espiritual. Y Tercero, comience a congregarse en una iglesia cristiana. ¡Su vida desde hoy será diferente!
Publicado en: Estudios Bíblicos
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