Los hábitos que deterioran la relación conyugal
(Parte 2)
1.- Lectura Bíblica: 1 Corintios 13:4-8; Mateo 7:12
2.- Objetivos:
2.1.- Que al término del Grupo Familiar los participantes asuman el compromiso de imprimir cambios en su forma de pensar y de actuar, con el fin de mejorar la relación matrimonial.
2.2.- Que al término del Grupo Familiar los participantes decidan emprender el cambio como paso para que su cónyuge también se decida a transformar su forma de pensar y de actuar. Aceptar que el cambio comienza cuando doy el primer paso.
2.3.- Que al término del Grupo Familiar los participantes comprometan sus esfuerzos diarios para aplicar correctivos a los errores en que han incurrido como esposos o esposas, con el propósito de fortalecer la relación matrimonial.
3.- Desarrollo del tema:
Nadie jamás se unió a su cónyuge con la expectativa de enfrentar una vida sin propósito, llena de infelicidad y la disposición para enfrentar contiendas y desengaños. Por el contrario, cuando contraemos matrimonio aspiramos lo mejor de la relación, y en nuestro horizonte lejano están la permanencia juntos, y la construcción de una familia sólida.
¿No fueron acaso éstas las expectativas que lo acompañaron cuando tomó la decisión de casarse? Sin duda que si. No podemos decir que alguien haya ido al altar –a conciencia — para asegurarse un futuro incierto y lleno de tristeza.
Cuando tenemos el panorama claro, podremos evaluar en qué situación se encuentra la relación conyugal hoy, qué hace falta y cuáles son los correctivos que se le podrían imprimir. Cambios que se requieren y que a la postre, traerán firmeza al matrimonio.
Sobre esa base, le animamos a considerar algunos hábitos que deterioran la relación. Si se modifican a tiempo pensamientos y acciones negativas, lo más probable es que el entendimiento, la comprensión, el diálogo y la disposición de ayuda mutua se convertirán en los ingredientes que darán solidez a la pareja.
3.1.- Si desea que su cónyuge cambie, cambie usted primero
Lo más probable es que quiera ver cambios en la relación conyugal. Desearía que su pareja pensara y obrara de manera diferente. ¿Le pasó alguna vez esta idea por la cabeza? Lo más probable es que sí. Ahora, si es así, entienda que usted es el primero que debe cambiar (Cp. Mateo 7:12)
“Mi esposo es intolerante. Reacciona fácilmente ante lo que considera una provocación.”, se quejaba una mujer. Cuando dialogamos con su esposo, hallamos que también ella mostraba cierto grado de intolerancia. Llegar a un entendimiento demandó, de los dos, hablar sobre el problema, reconocer errores y disponerse a cambiar.
Expertos citados por la agencia Colprensa, señalaron lo siguiente:“Cuando se exige el cambio total del otro es porque no se acepta tal y como es a ese ser que se eligió para convivir. Es un error creer que cuando uno se casa puede cambiar al otro. Pensar por ejemplo, que una vez vivan juntos él dejará de ser el toma trago de cada fin de semana. La persona no va a cambiar porque su pareja se lo diga o por la llegada de un hijo. Si alguien tiene que cambiar es por decisión individual. No es sano pretender que la pareja va a cambiar por mí. O amo a la persona como es o tomo decisiones frente a la relación. Si quiero cambiar en mi pareja toda su forma de ser estoy queriendo amar a un ser que no existe.” (Agencia Colprensa. 20/09/2015)En todos los casos se debe partir de un presupuesto: Es cierto, el otro falla; pero yo, ¿acaso no cometo los mismos errores o quizá mayores? Formularnos esta pregunta nos ayudará a encontrar la salida a los conflictos conyugales. Aceptar las fallas es el primer paso para experimentar cambios, con ayuda de Dios.
Es un proceso que no se consigue de la noche a la mañana. Es progresivo. Compromete la decisión y perseverancia de los componentes de la pareja. No podemos darnos por vencidos fácilmente.
Recuerde lo que enseña el apóstol Pablo: “El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia.” (1 Corintios 13:4-8)
Decidirnos por el cambio, con ayuda de nuestro amado Dios y Padre, contribuye a mejorar la relación familiar.
Dentro de esas acciones es importante que consideremos aceptar al cónyuge tal como es, sin criticarle. Cuando cuestionamos su proceder, y lo hacemos de manera inmisericorde, lo más probable es que agravaremos los problemas.
Recuerde siempre que la unión en matrimonio se tomó para experimentar una vida plena, no para dejarnos arrastrar por el desasosiego, la amargura y la infelicidad mutua. Dios concibió la familia como un espacio de amor, de crecimiento, y por supuesto, de unidad. Y si queremos que ese propósito eterno del Creador se cumpla, es esencial que le permitamos ocupar el primer lugar en nuestra casa. Es una decisión de la que jamás nos arrepentiremos.
3.2.- Dedíquele tiempo y atención a su cónyuge
Con la excusa de que la agenda en la oficina está muy apretada y que el cúmulo de compromisos cada vez es mayor, muchos hombres y mujeres descuidan a su cónyuge. Le dan prelación al trabajo y llevan la relación a un segundo plano. Incluso, traen arrumes de papeles para diligenciarlos en casa. Su acción termina por desmoronar el matrimonio. Lo más probable es que el conflicto se desencadene en cualquier momento.
De la mano con el descuido a la pareja, va el hecho dejar de lado el contacto físico y sexual. Esa actitud termina por convertir la relación en algo monótono, sin sentido.
Otro factor importante son los hijos. Padre y madre se enfocan en ellos, con lo cual el matrimonio acaba de deteriorarse o, al menos, sus bases se resienten profundamente.
Un grupo de especialistas que estudió el tema, recomiendan:“En muchas ocasiones suele pasar que luego de ser padres toda la energía y las fuerzas las depositen en los hijos y se abandone poco a poco a la pareja. Se descargan todos los afectos sobre el hijo o los hijos para evitar afrontar una situación de desamor en la pareja o inconformismo con ella. Lo mejor es hablar abiertamente y buscar solución a los problemas que se tienen dentro o fuera de la alcoba.” (Agencia Colprensa. 20/09/2015)Si deseamos que la relación marital se afiance, es importante hacer periódicas evaluaciones. Tomarnos el tiempo necesario para determinar en qué estamos fallando. Es un proceso que demanda sinceridad y al mismo tiempo, humildad. Ser sinceros para reconocer que sí hemos cometido errores, y humildad para disponernos a corregirlos.
En la primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo pone de relieve el amor, sin el cual, ninguna relación matrimonial prospera: “Tres cosas durarán para siempre: la fe, la esperanza y el amor; y la mayor de las tres es el amor.” (1 Corintios 13:13)
La vida de fe, nuestra relación con Jesucristo, tienen directa incidencia en la vida de hogar. Si el Señor obra en nuestras vidas, trae cambios que permanecen en el tiempo. Produce transformaciones duraderas. Él es quien puede obrar sanidad en nuestro mundo interior, pero también, llevarnos a la modificación en nuestra forma de pensar y de actuar.
Sumado a no descuidar la relación, está el hecho de sincerarnos con nuestro cónyuge. Guardar en el corazón lo que nos inquieta o nos molesta, no contribuye a una edificación familiar, sino por el contrario, a su fraccionamiento progresivo. Lo aconsejable es decir las cosas como las sentimos, desde luego, midiendo el alcance de nuestras palabras para no causar heridas emocionales a nuestra pareja o a los hijos.
Y finalmente, al menos en este punto, está el hecho de revisar y modificar una actitud sermoneadora. ¿La razón? No ayuda en absoluto a la relación. La cantaleta es el comienzo de incomodidades en el cónyuge, y en muchos casos, de discusiones.
Hablar, en todos los casos, es el mejor camino. Desahogarnos. Procurar llegar a acuerdos en el proceso de cambio en el que los dos están comprometidos.
3.3.- Concierten el manejo de los recursos económicos
Si echamos una mirad a uno de los motivos de conflicto más recurrente en la relación conyugal, es el manejo del dinero. Aun cuando hay quienes consideran que es intrascendente, desencadena problemas. Puede que el esposo quiera invertir en determinado asunto, y la esposa no comparta su opinión. Es probable que surjan desavenencias que pueden agigantarse.
Un grupo de especialistas citados por la Agencia de Noticias Colprensa, anotan que:“El mal manejo del dinero es un mal hábito que por lo general termina en quiebra y esta, generalmente, está correlacionada con la separación de la pareja. Lo ideal es tener un fondo común y un presupuesto que sea un faro que ayude a saber para dónde van. Que no haya exceso de individualismo: exigir, por ejemplo, que el otro pague muchas cuentas, se quede ilíquido, mientras su pareja tiene excedentes y se hace la de la vista gorda. Que los aportes vayan acorde con las posibilidades de cada uno. Y tener en cuenta que quien se queda en casa está haciendo un aporte supremamente importante, igual o mayor al que da el dinero.” (Agencia Colprensa. 20/09/2015)Sólo en el amor, que se afianza cuando descubrimos lo valioso de nuestro cónyuge, pero que ayuda a alimentar una buena relación con Dios, puede salvar un matrimonio en crisis. Incluso cuando el motivo de tropiezo sea el manejo del dinero, que genera controversia al interior del hogar.
En la Biblia el apóstol Pablo hace acopio del valor que tienen actitudes como la paciencia, la bondad, la confianza en el cónyuge, la humildad, no guardar rencor y trabajar en la búsqueda de soluciones a los conflictos, entre otros aspectos, cuando el esposo y la esposa están gobernados por el amor.
El autor sagrado escribe: “El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa. ” (1 Corintios 13:4-6)
Por último cabe mencionar un hábito que deteriora la relación de pareja, y que es esencial corregir: Discutir en público.
Además de mostrar que la relación matrimonial no anda bien, tener discusiones delante de familiares, amigos o desconocidos expone algo muy íntimo de los cónyuges y eso lesiona mucho la autoestima y la seguridad de cada uno.
Una pelea marital en público es el principio de un rompimiento más fuerte, se pierde el respeto del otro y genera cicatrices emocionales que son difíciles de curar.
Si algo debemos hacer, cuando hay diferencias de criterio— por fuertes que sean— es abordar el asunto en casa o cuando los dos se encuentren a solas, cara a cara.
La relación conyugal puede cambiar y crecer. Es posible en la medida en que se revisen errores y se corrijan. Con ayuda del Señor podemos lograrlo.
A propósito de Dios, ¿ya recibió a Jesús en su corazón como su único y suficiente Salvador? Hoy es el día para que lo haga. Prendidos de la mano del amado Maestro emprendemos el proceso de cambio y crecimiento personal, espiritual y familiar que tanto hemos anhelado. Decídase hoy por Jesús.
4.- Preguntas para la discusión en el Grupo Familiar:
a.- ¿Qué expectativas tenía cuando contrajo matrimonio?
b.- ¿Cuáles de esas expectativas no se han cumplido todavía?
c.- ¿Podría enumerar los ingredientes que dan solidez a la relación de pareja?
d.- Si anhela que su cónyuge cambie, ¿ha dado usted el primer paso para cambiar?
e.- ¿Por qué razón resulta perjudicial descuidar al cónyuge?
f.- ¿De qué manera la relación marital se resiente cuando dejamos de lado a la pareja?
g.- ¿Qué papel juega en la relación conyugal una actitud de diálogo y la disposición de cambiar y mejorar?
h.- ¿Ha enfrentado conflictos con su cónyuge por el manejo de los recursos? ¿Resolvieron esas diferencias o persisten?
i.- ¿Se ponen de acuerdo como pareja para disciplinar a los hijos?
5.- Oración al terminar el Grupo Familiar:
“Mi amado Dios, gracias por los días que nos regalas juntos como familia. Gracias a tu amor e infinita misericordia, podemos crecer juntos cada día, a nivel conyugal pero también con nuestros hijos. Oramos delante de tu Presencia que nos acompañes siempre, de tal manera que la familia se consolide y podamos mejorar cada día, estrechando las relaciones en casa. Sometemos nuestras vidas en tus manos. Amen”
Publicado en: Grupos Familiares
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