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Me siento una cristiana que no avanza…

Me siento una cristiana que no avanza…

“Me llamo Loida. Tengo diez años de matrimonio. Ha sido un tiempo hermoso porque amo a mi familia. Mi problema —y permítanme decirlo así — comenzó cuando me convertí a Cristo. Tengo altibajos, uno de ellos, por mi mal humor. Si me enfado, me siento fatal, que no sirvo para nada. Y pienso de inmediato en irme de la iglesia. Y encima, mis pastores hablan todo el tiempo de andar en el Espíritu. Imagínese, y yo con todas estas fallas, que pareciera que no avanzo como cristiana.”

L.E.C., desde Asunción, Paraguay

Respuesta:

Creo que el error y el problema es de perspectiva. Lo digo porque usted y quienes la rodean han marcado unos altos estándares que les llevan a pensar que ser cristiano es ser perfecto. Tremendo error. Tomo aquí las palabras de un pastor amigo quien suele repetir: “Por favor, tengan paciencia conmigo; soy un producto todavía sin terminar.” Y eso es cierto, en su vida y en la mía Dios todavía está tratando. Está moldeando aún y es probable que ese proceso tome algo de tiempo.

Dios sí espera que experimentemos cambio en nuestra forma de pensar y de actuar, y que de la mano con esa transformación, vivamos renovados, pero él mismo comprende que se trata de un proceso, un paso-a-paso en el que vamos creciendo (Gálatas 5:25)

No podemos pretender ser perfectos en un abrir y cerrar de ojos, ni tampoco de la noche a la mañana. No olvidemos que todos —ustedes y yo —crecemos no en nuestras fuerzas sino tomados de la mano de Dios. ¿Cómo lo logramos? Cuando permitimos que el Espíritu Santo gobierne nuestra vida. Nos decidimos a cambiar con el poder de Dios, y nos mantenemos firmes en esa decisión. Esa es la clave (Gálatas 5:16, 17)

Luchar en nuestras fuerzas es un error. Cito a continuación las palabras de John Macarthur, un autor y conferencista con el que comparto algunos —no todos, por supuesto —elementos teológicos: “Debido a que el poder del pecado ha sido roto para los creyentes, ellos tienen la capacidad de cumplir con la Ley de Dios mediante el poder del Espíritu Santo. Los que andan según el Espíritu son capaces de hacer las cosas que agradan a Dios. El irredento, por el contrario, está enemistado con Dios y dominado por las obras carnales.” (John Macarthur. “Fuego extraño”. Grupo Nelson Editores. 2014. EE.UU. Pg. 207)

Es clave que comprendamos que no es en nuestras fuerzas como podemos cambiar sino con ayuda de Dios.

Un proceso en el que no estamos solos

Usted y yo fuimos creados por Dios para buenas obras (Cp. Efesios 2:10). En esa dirección, comprendemos que la santidad es un distintivo del cristiano (Cp. 1 Pedro 1:15, 16; Hebreos 12:14). Él desea que seamos santos, pero comprende nuestras debilidades y desea ayudarnos en el proceso.

Un primer paso que es imperativo es asumir que la santidad es parte inherente a vivir con y para Dios. Gracias a la obra redentora del Señor Jesús, nuestro amado Padre nos ve como hombres y mujeres santos.

Un segundo paso es renunciar a la mundanalidad (Tito 2:12) Todos sabemos bien qué está de acuerdo y qué no, a la voluntad de Dios. Y si consideramos que vencer la tentación es difícil, es allí donde la oración entra a ocupar una posición relevante. Orar nos permite fortalecernos en Dios para vencer las tentaciones. ¿Podemos vencer? Por supuesto que sí, gracias al obrar del Espíritu Santo en nuestra vida (Romanos 8:13, 14)

Macarthur anota lo siguiente: “La santificación es la obra del Espíritu Santo mediante la cual nos muestra a Cristo en Su Palabra, y luego, progresivamente nos moldea según esa misma imagen. Tenga presente que es mediante el poder del Espíritu Santo que contemplamos la gloria del Salvador y nos volvemos más y más como Él.” (John Macarthur. “Fuego extraño”. Grupo Nelson Editores. 2014. EE.UU. Pg. 210)

Recibir a Cristo en el corazón, aceptarlo como nuestro Señor y Salvador, nos hace salvos y es por el obrar diario, en cada instante, del amado Espíritu Santo como llegamos a ser semejantes a Él. Cristo es nuestra meta suprema.

Andar en el Espíritu es movernos conforme a la voluntad de Dios, no en nuestras fuerzas sino dependiendo de Él quien nos ayuda en cada nuevo paso.

Publicado en: Consejería Familiar


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