No basta saber de Dios, es necesario conocer a Dios
(Lección 2 – Nivel 4)
No hay mucha claridad si fue al comenzar la mañana o al caer la tarde, cuando el sol muere perezoso en el horizonte lejano y el calor se torna insoportable agostando la más mínima gota de agua que pudiera haber alrededor.
El maduro pastor limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano y miró en la distancia. Los días se hacían más largos de lo esperado y no veía el momento de regresar a casa después de una intensa jornada. Las ovejas estaban arrasando con los pocos vestigios de pasto.
Fue en ese momento en que se percató que una zarza ardía. Común en aquellas épocas de sol abrazador. Lo que llamó su atención es que las llamas persistían y antes que amenazar con extinguirse, se avivaban con el paso de los minutos.
Se acercó. Y desde el arbusto a medio consumir escuchó la voz de alguien a quien identificó como Dios.
Un encuentro que marcaría su vida para siempre. No era un encuentro más. Y la razón es que el Señor le impartió instrucciones para que sacara a los hebreos de su condición de esclavitud y los llevara a la tierra prometida.
En ese intercambio de palabras, Moisés tuvo una vislumbre de lucidez en medio de lo maravilloso de aquella conversación con el creador del Universo:
“…Moisés volvió a protestar: — Si voy a los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes”, ellos me preguntarán: “¿Y cuál es el nombre de ese Dios?”. Entonces, ¿qué les responderé? Dios le contestó a Moisés: — Yo Soy el que Soy. Dile esto al pueblo de Israel: “Yo Soy me ha enviado a ustedes”. Dios también le dijo a Moisés: — Así dirás al pueblo de Israel: “Yahveh, el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes. Este es mi nombre eterno, el nombre que deben recordar por todas las generaciones”. (Éxodo 13:13-15. NTV)
Ese día Moisés llegó a un nuevo nivel en su vida espiritual: Pasó de escuchar a sus antepasados hablar de Dios a tener un encuentro con Él.
Cruzando el umbral a una nueva dimensión
Una mujer entrada en años me sorprendió el día que dijo: “Recién la semana pasada llegué a conocer a Dios”. El motivo de mi sorpresa es que la tenía referenciada como cristiana de muchos años. Una mujer comprometida con la congregación y que, además, había liderado a otras personas.
“Estaba orando y sentí algo extraño, como una sensación de electricidad que recorría mi cuerpo. El gozo me invadió y comencé a llorar. ¡Supe que Dios estaba ahí, muy cerca, tanto que si extiendo la mano podría tocarle!”, continuó.
Su experiencia fue única e irrepetible. Dios trata con cada uno de nosotros de manera especial. Lo hizo con Noé, con Jacob, con Moisés, con Samuel y con Nehemías entre los muchos hombres y mujeres a los que el Señor llamó a cumplir una misión específica. Y sin duda, desea hacerlo con usted,
El asunto es que no basta con saber de Él o quizá con haber profundizado estudios sobre las características de nuestro amado Padre celestial. Es necesario tener un encuentro personal con Él para conocerle.El autor cristiano, Henry Blackaby, enseña que: “Llegamos a conocer a Dios, de verdad, cuando tenemos una experiencia con Él en nuestras vidas. Muchas personas han asistido a la Iglesia desde la niñez y han escuchado hablar de Dios desde siempre, pero no tienen una relación persona, dinámica y creciente con Él. Nunca oyeron su voz. No tienen idea de cuál es su voluntad. No han experimentado Su amor de manera directa. No sienten que haya un propósito divino en su vida; tal vez sepan mucho sobre Dios, pero no lo conocen de verdad.” (Henry Blackaby. “Experiencia con Dios”. H&B Editores. 2009. EE.UU. Pg.10)Hasta tanto no tengamos un encuentro personal con el Hacedor, simplemente podríamos decir que escuchamos de Él, no que lo conozcamos.
Una experiencia única e irrepetible
Nuestro amado Salvador dejó claro que una cosa es oír hablar de Dios y otra bien distinta es conocerlo. Y anotó que la vida eterna es conocer a Dios.
Relata el apóstol Juan las palabras del Maestro cuando dijo: "Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra. “ (Juan 17:3)
Tenga presente que sobre nuestro amado Dios se han escrito infinidad de libros que podrían abarrotar bibliotecas enteras. Ahora, ¿ése conocimiento teórico que reemplaza el conocerlo a Él? Sin duda que no. Más que cualquier cosa, lo valioso es el conocimiento personal y no intelectual.
¿Conoce usted la diferencia? Lo mas probable es que sí; no obstante, haga un alto en el camino en este instante y pregúntese: ¿Conozco realmente a Dios? ¿He tenido una experiencia personal con Él?
Piense por ejemplo que una cosa es saber qué es la verdad y otra diferente el que esa verdad se haga realidad para cada uno de nosotros. Igual podemos hablar de lo maravilloso que es ir a la playa, caminar descalzos sobre la arena húmeda y bañarnos en las aguas cálidas, pero el panorama cambia cuando vamos hasta ese lugar y podemos sumergirnos y vivenciar ese momento único e irrepetible.
Lo más importante es la experiencia que deja una huella imborrable en nuestra existencia. Permanece por encima de muchas otras. No la borra el paso del tiempo. Nos lleva a un nuevo nivel espiritual.
El conocimiento de Dios comienza con la disposición
Dios se revela a aquellos que disponen su corazón para Él. No obliga a nadie. Infinidad de hombres y mujeres a través de la historia han experimentado una vida cristiana sin mayor trascendencia. ¿La razón? Se conformaron con ir al templo y orar cinco minutos. Después de eso, regresar a casa y prepararse para el próximo servicio dominical.
Sin embargo el panorama es distinto cuando preparamos el corazón para buscarlo. El rey David relata esa maravillosa experiencia con las siguientes palabras:
"Como el ciervo anhela las corrientes de las aguas, así te anhelo a ti, oh Dios. Tengo sed de Dios, del Dios viviente. ¿Cuándo podré ir para estar delante de él?” (Salmos 42:1, 2. NTV)
Su búsqueda de Dios tenía como eje principal el deseo ardiente de su corazón. Es el mismo que nos debe asistir a usted y a mí: Conocer a Dios, tener una experiencia transformadora con Él.
Cuando le permitimos a Dios que tome el control de todo nuestro ser, y hacemos realidad la experiencia de tener un encuentro con Él, todo cambia y se produce una transformación extraordinaria que describe el Señor Jesús: “Los que aceptan mis mandamientos y los obedecen son los que me aman. Y, porque me aman a mí, mi Padre los amará a ellos. Y yo los amaré y me daré a conocer a cada uno de ellos.” (Juan 14:21. NTV)
Conocimiento pero al mismo tiempo, revelación. Dios se revela a nuestras vidas y el conocimiento que llegamos a tener de Él se torna profundo, y nos marca para siempre.
Dios se puede revelar a su vida cuando está leyendo un pasaje de la Escritura, a través de la oración o quizá, cuando ocurre algún incidente de su cotidianidad que le lleva a reconocer que hay un Dios grande y poderoso que nos ama y quiere manifestarse a nuestra existencia.
¡Decídase hoy a tener un encuentro personal con el Padre celestial! Su vida jamás será la misma…
Preguntas para su auto evaluación en su avance como Discípulo de Jesús:
Le invitamos esta semana a repasar la Lección y responder los siguientes interrogantes, que le ayudarán a profundizar en las enseñanzas y a tornarlas prácticas en su vida diaria:
a.- ¿Qué dice a su vida la lectura de Éxodo 13:13-15?
b.- ¿Qué significó para Moisés tener un encuentro personal con Dios?
c.- ¿Qué significaría para usted encontrarse con Dios?
d.- ¿Podría decir que conoce realmente a Dios? ¿Recuerda cuándo se produjo esa experiencia?
e.- ¿Considera que aún debe experimentar un encuentro personal con Dios?
f.- ¿Qué dice nuestro Señor Jesús en cuanto a conocer a Dios (Juan 17:3)?
g.- ¿Qué enseña a su vida el texto de Salmos 42:1, 2 sobre la búsqueda de Dios?
Publicado en: Escuela de Discipulado
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Un consejo oportuno con fundamento en la Biblia.