¿Por qué nos va tan mal en la vida?
El día que Juan Carlos me contó emocionado que iba a comprar el automóvil, tenía los ojos grandes y brillantes, con el mismo fervor enfebrecido que quizá tuvo Alfredo Nobel cuando descubrió la dinamita, en 1867.
Sus manos no se podían quedar quietas y navegaban por el escritorio, con la inquietud propia de un niño que juega travieso en un parque después de toda tarde haciendo tareas en casa. “Primero pídele a Dios que te muestre cuál es su voluntad al respecto", le dije.
Me miró desilusionado, como si estuviera compartiéndole malas noticias. “Pero es un carro precioso, buena lámina, motor que ruge como león africano y una cojinería de ensueño", argumentó pesaroso.
Minutos después se despidió y lo vi salir de la oficina con un aburrimiento que se reflejaba en los pasos lentos.
Cierto día, camino de la iglesia, estaba en una avenida principal empujando el cacharro. Sudaba. Finalmente y cuando me encontraba a pocos metros, aprecié su frustración por la fuerza con la que asestó un golpe al baúl del auto y después, como niño al que le apagan el televisor, comenzó a dar puntapiés a uno de los neumáticos.
— ¿Problemas, Juan Carlos?-le pregunté, aunque reconozco que no tenía sentido interrogarlo ante lo obvio de la situación.
— Sí, este bendito carro que sacó la mano. Me dejó a mitad de camino-consultó el reloj y prosiguió — : lo grave es que en cinco minutos debería de estar presidiendo la alabanza en el culto. ¿Dios, por qué me ocurre esto a mí? — se lamentó a continuación.
La siguiente vez que lo encontré, frente a la Plaza de Caycedo, en pleno centro de Cali, estaba poniendo un aviso clasificado en un periódico, procurando vender el vehículo, por mucho menos dinero del que lo había comprado.
"Estoy orándole Dios que encuentre comprador para mi carro viejo", musitó.
¿Por qué nos va tan mal?
Hace pocos días una mujer que cerraba un negocio de venta de empanadas cerca de la iglesia, se quejó de su suerte y me preguntó: “¿Por qué me va tan mal?”.
Analizamos su caso con detenimiento.
"¿Oró a Dios por dirección antes de abrir el local de comidas rápidas?", interrogué.
"Realmente no, Fernando. Parecía una buena oportunidad", se defendió.
Tanto en el caso de Juan Carlos como en el de esta mujer emprendedora presa de la frustración porque no le iba bien en el negocio, el común denominador es el mismo. Nos dejamos arrastrar por lo que parecieran buenas oportunidades.
Obramos movidos por nuestro “buen criterio” y no conforme a la voluntad de Dios, que hace las cosas perfectas. Como es natural, todo cuanto hacemos acarrea consecuencias y lo que no queremos es asumir la responsabilidad. En tales casos, lo más probable es que terminemos echándole la culpa a Dios de nuestros fracasos, sin reconocer que actuamos mal y por esa ley espiritual y universal, es natural que nos vaya mal.
¿Qué hacer entonces?
Si queremos aprender un principio de victoria para nuestra vida personal, espiritual y familiar, es consultar a Dios todo cuanto vayamos a hacer.
La Biblia nos enseña este aspecto cuando el rey David escribió: "Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará.” (Proverbios 37:5).
Aprendemos entonces que todo proyecto, por muy prometedor que luzca, debemos someterlo a la voluntad del Supremo Hacedor; en segundo luchar, confiar que nada de cuanto Dios hace es improvisado sino que por el contrario, es para nuestro bien, y tercero, esperar que Él obre.
El actúa en Su tiempo, no en el nuestro. Por esa razón no es conveniente tratar de ayudarle. acelerando procesos o generando condiciones para que aquello que queremos se produzca. Es un tremendo error.
Dios nos da lo que necesitamos
Es evidente que Dios quiere lo mejor para nosotros, como también lo es que provee cuanto necesitamos y en las mejores condiciones. No es que el Señor quisiera ver que Juan Carlos anduviera a pie a toda hora o viajando en colectivos atestados de personas, como suelo hacerlo yo; tampoco que la amable señora no pusiera su negocio de empanadas. Ocurre que ellos tomaron un atajo, es decir, obraron en sus fuerzas y experimentaron las consecuencias.
¿Cómo podemos evitar que ocurra? Esperando en Dios. Clamar por Su intervención, pero esperar que Él organice todo, de manera que las circunstancias propicien el cumplimiento de nuestra petición.
El rey David escribió: "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.” (Salmos 37:4)
Con frecuencia escucho personas que anhelan ser bendecidas pero no se comprometen con Dios. Toda bendición está íntimamente ligada con nuestra fidelidad.
Como lo anota el principio de victoria que hemos analizado hasta ahora: Someter planes y proyectos en manos de Dios, es lo que nos asegura que todo vaya bien.
En su momento y bajo las circunstancias apropiadas, el Señor nos concederá lo que anhelamos. Y algo más: no traerá problemas conexos, es decir, si nos bendice con algo, es perfecto, como lo anota el autor sagrado: "La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella.” (Proverbios 10:22)
Nuestro amado Padre celestial quiere traer milagros y hechos beneficiosos a su existencia, pero es primordial que someta a Su voluntad absolutamente todas las iniciativas. Es la forma de asegurar que sus caminos y emprendimientos serán prosperados.
Es hora de comenzar hoy a cambiar esquemas y a disfrutar plenamente las bendiciones de nuestro amado Señor.
No podría despedirme sin antes invitarle para que tome la mejor decisión de su vida: Reciba a Jesucristo como su Señor y Salvador. Es una decisión de la que jamás se arrepentirá. Dios transformará su vida personal, espiritual y familiar como siempre lo ha anhelado en su existencia.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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