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Sanados para sanar…


(Consejería Pastoral – Capítulo 1)

Sanados para sanar… (Consejería Pastoral – Capítulo 1)

Si hay algo complejo en la existencia de todo ser humano, es aprender a llevarse bien con quienes le rodean.

El padre que discute con sus hijos, la esposa que considera imposible mantener un buen entendimiento con su cónyuge, el compañero de trabajo que explota a la más mínima provocación o el vecino que nos mira mal sin que le hayamos hecho nada, en su conjunto, constituyen algunos ejemplos de los factores que inciden negativamente en la meta de mantener unas buenas relaciones interpersonales.

Las fricciones o diferencias de criterio conducen en buena parte de los casos a malentendidos, desacuerdos, gestos de desaprobación o un ceño fruncido que hiere a las personas, aun sin que nadie se lo proponga.

Cada quien es un mundo diferente y por esa razón es tan complicado entender a los demás y que nos entiendan. Aunque nos esforcemos, no podemos mantener a gusto a nuestro semejante.

Sobre esta base, ¿considera que es fácil asumir la tarea de Consejero en la iglesia en la que se congrega? Es probable que a primera vista piense que sí, sin embargo cuando medita en el asunto, comprobará que se necesita mucho más que buenas intenciones para desarrollar una buena consejería.

Para sanar a otros mediante la orientación con fundamento en lo que plantean las Escrituras, es necesario que nosotros mismos estemos sanos. De lo contrario nuestro trabajo será ineficaz.

El principio esencial es: “Sanados para sanar”. No se trata de un simple juego de palabras sino de una pauta que nos llevará a cumplir una labor oportuna, exitosa y con resultados sólidos.

Relaciones apropiadas

Quien anhela servir al Señor Jesucristo en el campo de la Consejería debe cumplir un proceso que sienta las bases en tres direcciones ineludibles:

1.- Una buena relación con Dios.

2.- Una buena relación consigo mismo.

3.- Una buena relación con los demás.

Imagine por un instante que el proceso es como un edificio de tres pisos. No se puede llegar a un nivel superior hasta tanto esté construida la estructura del primer piso, con bases sólidos. Y el tercero no será edificado hasta tanto esté terminado el segundo nivel.

Igual usted y yo, si no tenemos una buena relación, no estaremos en paz con nosotros mismos y, por supuesto, experimentaremos choques y confrontaciones con el prójimo.

Un buen comienzo: Auto evaluarnos

El mejor comienzo para adelantar exitosamente el proceso de preparación hacia la Consejería, es practicarnos un auto examen.

La mejor ilustración la arroja quien se mira frente al espejo. A menos que lo haga, no sabrá cómo se encuentra. Los demás pueden saberlo, pero el interesado lo ignora.

Esta idea es la que fundamenta la necesidad de evaluarnos de forma honesta y sin apasionamientos, reconociendo los errores.

Como si estuviéramos llenando un formulario, es preciso que respondamos a conciencia algunos aspectos que nos ayudarán a elaborar la radiografía sobre cómo nos encontramos, espiritual y emocionalmente:

1.- ¿Cuáles son nuestras reacciones ante cualquier estímulo? ¿Nos embarga el temor, la ira, la incertidumbre?.

2.- ¿Qué aspectos de una conversación nos afectan más? ¿Sentimos que aquél que nos lleva a reconocer nuestros errores lo hace con el propósito de herirnos?

3.- ¿Qué factores externos o internos producen en nosotros variaciones en los estados de ánimo?

4.- Frente a circunstancias adversas o inesperadas ¿Nos embargan estados de seguridad o de inseguridad? ¿Podríamos explicar las razones?

Conforme vaya avanzando en el auto análisis, emergerán nuevos interrogantes.

Revisten particular importancia porque le permitirán tener una mayor aproximación a cuál es su estado como persona. De paso, le permitirá identificar fallas que es necesario corregir –con ayuda del Señor Jesucristo— para desarrollar una tarea eficaz en materia de Consejería.

El propósito final es determinar qué nos hace sentir mal y trazar pautas que nos permitan superar esa sensación, frustrante para quienes no saben manejarla.

Este avance paso a paso es lo que podríamos definir como Sanidad Interior que debe experimentar todo cristiano, tanto el que asiste a la congregación cada semana como aquél que trabajará en labores de Consejero.

Ahora, si vamos al terreno de la psicoterapia o la psiquiatría para encontrar fundamento a la importancia de la Sanidad Interior, no lo hallaremos porque –aunque reconocemos y valoramos estas ramas del conocimiento— se limitan a trabajar con fundamento en principios de ciencia y no espirituales.

Los cristianos por nuestra parte nos orientamos primero a la parte espiritual, sin desconocer los aportes hechos por la ciencia.

I.- Una buena relación con Dios

Todo ser humano tiene un área espiritual, lo reconozca o no, que le abre las puertas para relacionarse con Dios o como le llaman algunos, con un Ser Superior. Esta área es de suma importancia.

Sin embargo, no estará en pleno desarrollo hasta tanto restablezcamos la relación con Aquél que creó todas las cosas, incluso a usted o a mi. ¿Qué nos separó del Señor? El pecado de Adán y Eva que sembraron en todas las generaciones desde entonces hasta la nuestra, una naturaleza pecaminosa siempre latente.

Construir un puente que nos acercara al Padre fue posible por la obra del Señor Jesucristo. Aún así, hay quienes no conocen ese proceso maravilloso de liberación del pecado que se produjo en el Monte Calvario y siguen distanciados del Creador.

Para eliminar esa brecha, Jesucristo nos llama a todos. Él dijo: “Yo estoy a la puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa, y cenaré contigo” (Apocalipsis 3:20. Biblia de Traducción en Lenguaje Actual TLA – SBU).

La obra ya se hizo en la cruz. Somos libres. Sin embargo tal libertad no será posible hasta tanto la comprendamos, asumamos y pongamos en práctica para dar paso a una naturaleza renovada. ¿Cómo lograrlo? Derribando los muros que nos mantienen alejados de Dios.

Y, ¿cómo nos acercamos a Él? Por medio del Señor Jesucristo. “Jesús le respondió (a Tomás) Yo soy el camino, la verdad y la vida. Sin mi, nadie puede llegar a Dios el Padre” (Juan 14:6 TLA – SBU).

¿Desea ser un Consejero? Primero, restablezca su contacto con Dios. ¿La razón? Hay decenas de personas que hablan de Dios, aconsejan asegurando que lo hacen sobre la base de pautas bíblicas y posan de ser cristianos, pero todavía no conocen a Dios.

No han tenido un encuentro personal con Él, que es posible a través del Señor Jesucristo.

II.- Una buena relación consigo mismo

Volvamos al ejemplo de quien se mira al espejo. Es probable que nos haya ocurrido cientos de veces recién nos levantamos. Ahora, ¿usted acepta a la persona que encuentra reflejada en el cristal? ¿Hay algo que le molesta de ese ser que incluso le lleva a considerarlo distante?.

El problema estriba en quienes no logran aceptarse a si mismos, porque tienen una baja autoestima.

Al respecto el apóstol Pablo escribió: “Dios en su bondad me nombró apóstol, y por eso les ido que no me crean mejores de lo que realmente son. Más bien, véanse ustedes mismos según la capacidad que Dios les ha dado como seguidores de Cristo” (Romanos 12:3 TLA – SBU).

¿Qué significan estas palabras? Que es necesario aceptarnos tal como somos y reconocer que tenemos fortalezas y debilidades, éstas últimas en proceso de ser superadas gracias a la fortaleza que provienen del Señor Jesucristo.

¿Comprende ahora la importancia del auto examen? Nos proporcionó bases sólidas para identificar fallas y correctivos.

Somos criaturas de Dios y Él nos ama, a pesar de nuestras fallas. Obviamente su propósito desde la eternidad para nosotros es que crezcamos en los niveles espiritual y personal. ¿En nuestras fuerzas? No, en las que provienen de Dios.

Un hombre de la antigüedad quien comprendió que los planes del Señor para él eran fabulosos, escribió: “Soy una creación maravillosa y por eso te doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso, ¡de eso estoy bien seguro! Tu viste cuando mi cuerpo fue cobrando forma en las profundidades de la tierra; ¡aún no había vivido un solo día, cuando tú ya habías decidido cuanto tiempo viviría! ¡Lo habías anotado en tu libro!” (Salmos 139:14-16 TLA – SBU).

Nuestro amado Padre definió las características genéticas, el aspecto físico, las emociones y los rasgos básicos del carácter y la personalidad.

¿Quién podría obrar mejor un cambio en nosotros que Dios quien nos creó? Cuando se produce tal transformación, es como si cayera el velo que nos impedía reconocer cuál es el propósito que tiene para nosotros.

En el proceso de trato del Señor con cada uno, llegamos a aceptarnos tal como somos y emprendemos la tarea de crecer en todos los órdenes; por supuesto, tal crecimiento implica aplicar ajustes donde hay fallas.

¿Cuánto demoran los cambios que tanto anhelamos? No hay un parámetro para determinar que será cuestión de días, meses o de años. En esencia es un proceso y debemos entenderlo como tal, de acuerdo como lo describe el apóstol Pablo al referirse a los cambios que podían apreciarse en sus pensamientos y acciones.

En su carta los creyentes de Filipos escribió: “Con eso no quiero decir que yo haya logrado hacer todo lo que les he dicho, ni tampoco que ya sea yo perfecto. Pero si puedo decir que sigo adelante luchando por alcanzar esa meta, pues para eso me salvó Jesucristo. Hermanos, yo sé muy bien que todavía no he alcanzado la meta; pero he decidido no fijarme en lo que ya he recorrido, sino que ahora me concentro en lo que falta por recorrer” (Filipenses 3:12, 13. TLA - SBU).

¿Podríamos resumir en tres puntos lo que anotaba Pablo? Por supuesto que sí. De su escrito aprendemos:

1.- Que la transformación y crecimiento personal y espiritual constituyen un proceso en la vida de todo cristiano.

2.- Que es necesario olvidar el pasado y no vivir atormentados por lo que hicimos o nos hicieron ayer. Por mucho que nos esforcemos, no volveremos atrás en el tiempo.

3.- Que es esencial seguir adelante bajo un convencimiento: siempre hay una nueva oportunidad para aprovecharla.

Hay aspectos que se forjaron en nosotros al interior de la familia que difícilmente podrán ser modificados (a menos que lo haga Dios, por supuesto). Vienen a ser como una impronta. De ahí que muchos descubran en usted y en mi rasgos que identificaban a nuestros padres, quizá a los tíos e incluso, a los abuelos.

¿Quién sana esos recuerdos? El Señor Jesucristo durante el proceso de transformación que desarrolla en nuestras vidas.

Insisto en algo: es necesario recordar que no podemos cambiar a los demás como tampoco ellos nos pueden cambiar a nosotros. Quien lo hace es Dios.

Cuando tenemos claro este principio, es fácil comprender las etapas por las que atravesamos cuando estamos dando pasos de significación en el proceso de transformación personal y espiritual:

La primera es el idealismo. Es aquella en la que soñamos un mundo perfecto con personas perfectas. La segunda es la confrontación. Es la fase en la que descubrimos que hay una enorme brecha entre el mundo que nos imaginamos y el real.

Quienes nos rodean actúan muy distinto de cómo quisiéramos. Una tercera etapa es la de ajustes , cuando entendemos que el cambio comienza primero con nosotros antes de que se produzca un cambio en nuestro prójimo.

III.- Mi relación con quienes me rodean

Una vez tenemos una buena relación con Dios y con nosotros mismos, pasamos a la fase de cimentar una buena relación con los demás.

Dios instruyó a su pueblo desde la antigüedad al trazar pautas de vida en comunidad. Él dijo: “Recuerden que cada uno debe amar a su prójimo como se ama a si mismo” (Levítico 19:18, 19. TLA – SBU).

Es evidente que si me acepto tal como soy — consciente de mi necesidad de aplicar ajustes — puedo aceptar a los demás. Si no tengo amor propio, tampoco podré amar a quienes me rodean.

¿Comprende ahora la importancia de haber edificado los dos primeros pisos? Una buena relación con Dios y consigo mismo, sienta las bases para que las relaciones interpersonales resulten exitosas.

El apóstol escribió: “Amen a los demás con sinceridad. Rechacen todo lo que sea malo, y no se aparten de lo que sea bueno. Ámense unos a otros como hermanos, y respétense siempre. No maldigan a sus perseguidores; más bien, pídanle a Dios que los bendiga. Vivan siempre en armonía. No se crean más inteligentes que los demás. Si alguien los trata mal, no le paguen con la misma moneda. Al contrario, busquen hacerles el bien a todos. Hagan todo lo posible por vivir en paz con todo el mundo” (Romanos 12:9, 10, 14, 16-18. TLA – SBU).

Sobre la base de las pautas bíblicas, aprendemos varios aspectos primordiales en el trato con los demás:

Primero, amor sincero exento de fingimientos e hipocresía; segundo, desechar rencor, resentimiento y todo aquello que pueda levantarse como un muro que interfiera la relación con el prójimo; tercero, el respeto a la dignidad del otro; cuarto, no pagar con la misma moneda sino, con amor y gracias a la ayuda divina, orar por quienes nos hacen daño y en lo posible, ayudarles; quinto, poner de nuestra parte para que el trato interpersonal resulte edificante.

Por supuesto, hay situaciones en las que resulta literalmente imposible cualquier tipo de acercamiento. Existen personas intolerantes. Es algo que no vamos a cambiar de la noche a la mañana. En tal caso, es Dios y en oración, quien nos concede la salida.

Publicado en: Escuela Bíblica Ministerial


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