Seis poderosas razones para cuidarse de cuanto habla
La historia cuenta que fue ciego. De pueblo en pueblo iba compartiendo sus historias. Construía parábolas que gustaban a todos. Los niños le seguían y eran los primeros en formar un círculo a su alrededor cuando comenzaba a compartir cuentos y leyendas. A su prolífica inventiva se atribuyen La Odisea y La Ilíada, relatos de una muy elaborada prosa que describe las vidas de Ulises, Aquiles y sinnúmero de personajes mitológicos que a través de los siglos han deleitados a los lectores.Me refiero a Homero, quien ejerciera una poderosa influencia en la filosofía griega. Lo que, al releer los libros, me llama poderosamente la atención, es mirar la forma como utilizaba el valor de las palabras… Conocía su valor y pareciera que las utilizaba con sumo cuidado…
La influencia de las palabras
No cabe la menor duda que las palabras ejercen una poderosa influencia en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean. ¿Le ha ocurrido alguna vez que al regresar de un centro comercial comprueba que compró más artículos de los que realmente necesitaba? ¿La razón? Un promotor de ventas le convenció sobre las bondades de un determinado producto y usted cayó…
¿O quizá alguien le dijo algo amable en la mañana e inmediatamente se sintió tan estimulado que todo su día marchó “a todo motor”? Seguramente si le hubiesen pedido subir el Everets de rodillas, lo habría hecho de buena gana
¿Dónde está el centro del asunto? En las palabras, esa poderosa herramienta de la que nos proveyó Dios. Le invito para que, a partir de algunos textos bíblicos, examinemos la importancia de medir cuidadosamente las palabras así como el impacto que ejercen, tanto a nivel individual como colectivo.
1. Las palabras revelan lo profundo del corazón Nuestras emociones suelen jugarnos una mala pasada. Una palabra que consideramos agresiva, puede llevarnos a reaccionar. Es allí cuando se desencadenan graves problemas. Hay cristianos que, presa de la ofuscación, derraman sobre sus semejantes todo el arsenal de palabras hirientes que revelan lo profundo de su corazón: el resentimiento, el menosprecio etc.
En su conjunto, representan todo lo que guardamos y que se convierten en heridas. En apariencia estamos bien, pero interiormente somos un volcán a punto de explotar con el más mínimo estímulo.
El asunto lo explicó el Señor Jesucristo cuando dijo: “…Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34 b).
Para evitarnos malos momentos, lo aconsejable es que incorporemos a nuestras oraciones la petición para que el Creador cumpla en nuestras vidas lo que hace 2.500 años describió el rey David: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová. Guarda la puerta de mis labios” (Salmos 141:3). Teniendo prudencia al hablar, seguramente nos evitaríamos muchos problemas.
2. Recobrando el valor de nuestras palabras Por mucho tiempo mi bisabuelo Angelino Barco fue Notario Municipal de Vijes, a comienzos del siglo pasado. Un pueblecito de casas viejas en el que no eran necesario firmar una Escritura Pública para concretar algún negocio. Bastaba simplemente con la palabra. Un trato verbal tenía tanta validez como un documento.
Por supuesto, eran otros tiempos, pero los cristianos estamos llamados a reafirmar el principio de cumplir lo que se promete. En una sociedad como la nuestra en la que pareciera que las palabras se las lleva el viento, estamos llamados a darle el verdadero valor y significado.
El apóstol Santiago escribió: “Pero sobretodo esto, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro si sea si, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación” (Santiago 5:12). Esa es una forma de comenzar a cambiar nuestro mundo…
3. La responsabilidad social y espiritual de lo que decimos “Aquél empresario es un ladrón”. Cinco palabras, pero con tal contundencia que determinaron el fin de la promisoria carrera de un banquero en nuestro país.
La frase, expresada en un momento de ira porque se sintió traicionado por alguien del círculo empresarial, se convirtió en una bola de nieve que en cuestión de horas colmó los titulares de los diarios y los noticieros de televisión. ¡Toda una tragedia por cinco palabras!.
El banquero fue despedido de su cargo e inmediatamente todas las puertas se le cerraron. Nadie quería relacionarse con alguien que, por imprudencia, podía echar a perder negocios millonarios.
Hay responsabilidad social pero también espiritual con todo aquello que decimos. Jesús lo expresó sin márgenes de duda: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36). En adelante piense antes de hablar. Imagine que cada frase es como un cheque que usted está girando… Si las palabras tuvieran un valor económico ¿Las iría regando por ahí…?
4. La prudencia al hablar nos evita dolores de cabeza En el castillo de San Felipe, en Cartagena, la hermosa ciudad amurallada que durante la conquista y la colonia sirvió para defender la costa atlántica colombiana de las invasiones extranjeras, todavía se conservan pesados cañones de hierro y bronce.
La historia cuenta que en las noches, ante la inminencia de un ataque de piratas, no cesaban de arrojan fuego. Cada carga explosiva podía hundir una embarcación.
Esta es la mejor imagen para ilustrar a los cristianos que, sin pensar lo que hablan, se andan metiendo en líos a cada instante. Expresan sus opiniones sin que nadie las pida, cuestionan a todos los que están a su alrededor, no dejan títere con cabeza. Se asemejan a cañones: expulsan fuego a toda hora.
Ser descuidados al hablar es una peligrosa atadura de la que Dios nos puede liberar. No en vano escribió el apóstol: “…la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡Cuan grande bosque enciende un pequeño fuego!” (Santiago 3:5). En muchos casos guardar silencio es una expresión de sabiduría.
5. Las palabras generan triunfos o fracaso No he visto diseñador gráfico más brillante que Luis Alberto. Un verdadero artista. Sin embargo había un detalle que no podía compartir con él: su forma de hablar. Siempre se le oía decir: “Esto o aquello es difícil”, “Cumplir esa tarea es imposible”, “No podré lograrlo”.
¿Las consecuencias? Una vida en continuo fracaso. Cuanto emprendía, generalmente salía mal. Y no era para menos. Estaba predispuesto para la derrota. Con sus palabras anulaba las extraordinarias capacidades de que Dios le había dotado.
¿Cuándo cambió su vida? Cuando conoció a Jesucristo y comprendió que el Señor lo había creado para ser un vencedor y no un fracasado. Y comenzó a creer, en fe, y a proclamarlo con sus labios. Cuando apreciamos esta historia, entendemos el significado del antiguo proverbio: “La vida y la muerte dependen de la lengua; los que hablan mucho sufrirán las consecuencias” (Proverbios 18:21 Cf. 21: 23. Versión Dios habla hoy).
6. A Dios debemos alabarlo con labios santos Uno de los muchos atractivos turísticos de ciudad de Mejico son sus hermosas fuentes. En sus alrededores se han afianzado noviazgos, se han tomado fotos los turistas y hasta ha servido como ducha para los mendigos. Siempre están lanzando agua dulce. No hay posibilidad que al tiempo, pudiera arrojar agua de mar.
Meditando en este hecho comprendí el profundo valor de la Palabra cuando señala: “De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos, esto no debe ser así” (Santiago 3:10). Nuestras palabras deben expresar la pureza y santidad propias de un cristiano que dejó atrás su vieja naturaleza…
Está pues, en nuestras palabras y cómo las expresamos, bendecir o destruir…
No podríamos despedirnos sin una invitación para que reciba a Jesús como su Señor y Salvador. Es la mejor decisión que jamás podrá tomar. Ábrale hoy las puertas de su corazón para que inicie el proceso de crecimiento personal, espiritual y familiar que siempre ha anhelado...
Publicado en: Estudios Bíblicos
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