Tolerancia, esencial para generar cimientos sólidos en la familia
(Cimentación Familiar – Cap. 8)
Tolerancia es una palabra pequeña pero con un enorme significado. Su ausencia de nuestra vida cotidiana puede desencadenar grandes problemas; por el contrario, aplicarla, construye puentes hacia el diálogo y el entendimiento.
¿Lo había pensado así? Reflexione por un instante hasta qué punto al interior de su familia usted es un cónyuge tolerante, y también, un progenitor que no lleva las cosas al extremo cuando los hijos fallan, sino que por el contrario, busca soluciones.
Si, en medio de los problemas que pueden ser frecuentes y hasta previsibles en el hogar, usted quiere cambios en su pareja y en cada hijo, el primer paso que debe dar es hacer un auto examen acerca de cómo anda su tolerancia, y disponerse a aplicar ajustes.
Una cosa es ser tolerante y otra, bien distinta, caer en la permisividad. Es un aspecto que debe tener claro si está avanzando, de la mano de Dios, en el proceso de cimentación familiar.
Cambios matrimoniales a partir de la tolerancia
Es probable que al revisar la relación matrimonial espere ver cambios en la relación conyugal. Vamos un poco más allá: desearía que su pareja pensara y obrara de manera diferente.
¿Le pasó alguna vez esta idea por la cabeza? Lo más probable es que sí. Ahora, si es así, entienda que usted es el primero que debe cambiar (Cp. Mateo 7:12)
“Mi esposo es intolerante. Reacciona fácilmente ante lo que considera una provocación.”, se quejaba una mujer.
Cuando dialogamos con su esposo, descubrimos que también ella mostraba cierto grado de intolerancia. Llegar a un entendimiento demandó, de los dos, hablar sobre el problema, reconocer errores y disponerse a cambiar.
Expertos citados por la agencia Colprensa, señalaron lo siguiente:
“Cuando se exige el cambio total del otro es porque no se acepta tal y como es a ese ser que se eligió para convivir. Es un error creer que cuando uno se casa puede cambiar al otro. Pensar por ejemplo, que una vez vivan juntos él dejará de ser el toma trago de cada fin de semana. La persona no va a cambiar porque su pareja se lo diga o por la llegada de un hijo. Si alguien tiene que cambiar es por decisión individual. No es sano pretender que la pareja va a cambiar por mí. O amo a la persona como es o tomo decisiones frente a la relación. Si quiero cambiar en mi pareja toda su forma de ser estoy queriendo amar a un ser que no existe.” (Agencia Colprensa. 20/09/2015)
En todos los casos se debe partir de un presupuesto: Es cierto, el otro falla; pero yo, ¿acaso no cometo los mismos errores, o quizá mayores?
Formularnos esta pregunta nos ayudará a encontrar la salida a los conflictos conyugales. Aceptar las fallas es el primer paso para experimentar cambios, con ayuda de Dios.
No es asunto fácil pero tampoco imposible
Aunque lo anhelemos, desarrollar tolerancia y dar pasos hacia la búsqueda de soluciones cuando las cosas no andan bien, no es algo fácil. Es un proceso que no se consigue de la noche a la mañana. Es progresivo. Compromete la decisión y perseverancia de los componentes de la pareja. No podemos darnos por vencidos fácilmente.
Recuerde lo que enseña el apóstol Pablo: “El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia.” (1 Corintios 13:7)
Decidirnos por el cambio, con ayuda de nuestro amado Dios y Padre, contribuye a mejorar la relación familiar. Constituye un paso que debemos dar, sin imprimir dilación a esa decisión.
Dentro de esas acciones que debemos emprender, es importante que consideremos el hecho de aceptar al cónyuge tal como es, sin criticarle.
Cuando cuestionamos su proceder, y lo hacemos de manera inmisericorde, lo más probable es que agravaremos los problemas.
Recuerde siempre que la unión en matrimonio se tomó para experimentar una vida plena, no para dejarnos arrastrar por el desasosiego, la amargura y la infelicidad mutua.
No siga avanzando hacia la espiral sin fondo
Desconozco cuál sea su situación, pero comprendo que si hay algo que despierta un profundo dolor es saber que una relación matrimonial está en franco detrimento. Y puede que esté en esa situación, camino hacia una espiral sin fondo, porque ha dejado de lado la tolerancia o, sencillamente, hasta hoy no había pensado en el asunto.
Es importante considerar el asunto no solo por el daño emocional para los componentes de la pareja, sino por la carga traumática que encierra para los hijos.
El propósito original de Dios no fue el divorcio. Y más cuando los problemas se agigantan simplemente porque en uno de los componentes de la pareja hay intolerancia.
La ruptura de un hogar jamás siquiera pasó por su mente. Por el contrario, lo que leemos en la Biblia es que nuestro amado Creador concibió una familia sólida.
Si no lo hemos logrado no ha sido porque Él lo ha querido así, sino por el orgullo que nos impide reconocer que lo necesitamos ocupando un lugar privilegiado en nuestra casa.
Tenga presente que el orgullo es un desencadenante de la intolerancia. No aceptar la forma de pensar y de actuar de la otra persona, y menos, siquiera reconocer que hay muchas formas de ver la vida que debemos entrar a revisar y replantear con nuestro cónyuge o con los hijos.
La tolerancia ayuda a evitar el deterioro familiar
Cuando nuestro anhelo es evitar que la relación conyugal entre crisis, es necesario alimentarla cada día. Una de las formas de hacerlo es desarrollar la tolerancia en nuestra forma de pensar y de actuar.
Si no resulta fácil, como es apenas previsible, es importante buscar la ayuda de Dios para avanzar en el proceso.
Sé que resultará trivial que lo diga por el cúmulo de veces que se ha repetido, pero el amor hay que regarlo como a una plantita para que crezca y se mantenga firme.
Un segundo elemento son las revisiones periódicas. El propósito es identificar los errores y disponernos a corregirlos. Es algo imperativo. Si no lo hacemos, lo más probable es que la relación de los esposos irá desmoronándose hasta llegar al punto en el que la separación será inevitable.
Esas evaluaciones permiten además, sacar de nuestro corazón todo aquello que podríamos tener contra nuestra pareja. Determinar el origen de los conflictos y qué relación tienen con una actitud intolerante de parte de nosotros.
Ligado a lo anterior, es importante disponernos a corregir y a perdonar. Si es necesario, comenzar de cero cada vez que logramos superar un tropiezo familiar. No guardar enconos en el corazón, que no contribuyen a nada.
El apóstol Pablo escribió al respecto: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue”. (1 Corintios 13: 4-8)
Comprensión, tolerancia, diálogo, perdón y muchos elementos están conjugados en esta poderosa palabra que encontramos en la Escritura.
En esta dirección se orienta el consejo de Gary Chapman, afamado autor y conferencista cristiano:
“Si hemos herido a nuestro cónyuge, debemos reconocer que algo está mal y que la sola disculpa no es suficiente. También tenemos que hacer un plan para cambiar nuestra conducta con el fin de no lastimar nuevamente y de la misma manera, a la persona a quien amamos.” (Gary Chapman. Devocionales “Lenguajes del Amor”. 10/01. Tyndale House Publishers. 2012. EE.UU.)
Por supuesto, rescatar el matrimonio de la crisis en que se encuentra, amerita dos componentes. El primero, reconocer que quizá hemos fallado y tenemos mucho para aportar en las soluciones, y el segundo: pedir a Dios que nos ayude a encontrar soluciones.
Emprenda un nuevo camino para rescatar la vida familiar
Si ha logrado identificar que su relación conyugal se encuentra estancada, hay que sacarla de ahí. Quedarnos inermes ante la realidad, agravará las cosas.
Si logramos tener la conciencia de admitir que hay dificultades, y nos disponemos a superarlas, seguramente lo lograremos con ayuda de Dios. ¡No estamos solos en esta tarea!
Evaluarnos de manera permanente, en un diálogo franco pero en el que prime el amor, traerá como consecuencia reconocer errores, las causas y la disposición de corregirlas.
Esta sana costumbre nos ayuda a corregir motivos de infidelidad, quejas del uno hacia el otro, descubrir en qué aspecto estamos fallando como esposos o quizá como padres y, de paso, edificarnos para que el matrimonio crezca cada día.
El apóstol Pablo escribió a los creyentes de Corinto y también a nosotros hoy: “Que el esposo dé a su esposa lo que le es debido; pero que la esposa haga lo mismo también a su esposo. La esposa no ejerce autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposo; así mismo, también, el esposo no ejerce autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa. No se priven de ello el uno al otro”. (1 Corintios 7:3-5)
Lea este pasaje bíblico cuantas veces sea necesario. Puedo asegurarle que puede marcar un antes y un después en su relación conyugal. Nos puesta que los esposos se pertenecen entre sí. Son el uno para el otro, de acuerdo con el modelo de Dios.
El escritor, Gary Chapman anota que:
“El verdadero arrepentimiento comienza en el corazón. La decisión de cambiar demuestra que ya no presentamos justificación ni minimizamos nuestro comportamiento. En su lugar, aceptamos plenamente la responsabilidad de nuestros actos.” (Gary Chapman. Devocionales “Lenguajes del Amor”. 12/01. Tyndale House Publishers. 2012. EE.UU.)
Si evalúa esa apreciación con detenimiento, encontrará que es el paso inicial para que haya cambios profundos y sostenidos en la relación matrimonial.
Buscando soluciones con ayuda de Dios
Cuando nos disponemos a reconocer errores, aceptamos la realidad de que las cosas no están bien y deben cambiar, y si en nuestro corazón hay conciencia de que el propósito eterno de Dios es la unidad de la familia, nos dispondremos a buscar soluciones. Es algo inherente al amor auténtico en la pareja.
Las diferencias de criterio en la pareja no deben ser motivo de disensión y de ruptura. Por el contrario, es un paso fundamental para aterrizar y entender que somos seres distintos, que pensamos y actuamos de manera diferente sin que eso implique que no podamos compartir bajo el mismo techo.
Por supuesto, las crisis del matrimonio se pueden superar y dejar de lado el aburrimiento que nos despierta la relación conyugal. Todo esto es posible cuando le permitimos a Dios obrar en nuestro hogar.
Si aún no le ha abierto las puertas de su corazón, hágalo ahora. Es una decisión de la que jamás se arrepentirá. ¡Decídase por Cristo Jesús en su vida y en su familia!
Publicado en: Libros Electrónicos
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